viernes, 30 de julio de 2010

Eucaristía y amistad Jesús: en la Eucaristía, un verdadero amigo

La amistad es crear lazos de unión con alguien. Y esos lazos no se rompen. Unen de tal manera que ambos forman una sola unidad de corazones. Un amigo debe de ser la mitad de nuestra alma. Si nos faltara nos moriríamos, pues nos han quitado algo de nosotros mismos.
La amistad es un afecto personal, puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que nace y se fortalece con el trato. La amistad, por otra parte, tiene sus frutos. En la amistad encontramos refugio y apoyo; la amistad enriquece, fortalece y ensancha el corazón del hombre y lo hace invencible ante la adversidad; la amistad dignifica y alegra nuestra existencia. La amistad se apoya sobre estos cimientos: sinceridad, generosidad, afecto mutuo. Una amistad cimentada sobre la simulación, el engaño y el egoísmo, estará siempre condenada al fracaso.
¿Por qué hay personas sin amigos?
Varias son las causas:
- Nuestra extrema timidez: por temor a que los demás no nos acepten y porque en los primeros años de la vida nuestros padres y educadores no nos entrenaron para la vida social.
- Nos sentimos inferiores: nuestra autoestima está baja y creemos que los demás no van a encontrar en nosotros nada digno de aprecio, y esto nos hace meternos en nuestro enclaustramiento y nos impide desbordarnos en forma afectuosa y confiada sobre los demás.
- Por egoísmo, mezquindad: sólo buscamos recibir sin dar, y cuando damos, lo hacemos a cuentagotas.
- Por soberbia, orgullo, altanería, quisquillosidad: por todo esto hay personas que con su actitud, modales, lenguaje, y gestos, repelen y los demás, por consiguiente, los evitan.
¿Qué favorece una buena amistad?
Una personalidad comunicativa y amable; temperamento jovial, alegría contagiosa, bondad y sinceridad, deseo de hacer el bien, preocuparse por los problemas de los demás; generosidad, cortesía, cordialidad, respeto, reciprocidad en afectos y sentimientos.
La amistad no es igual que compañerismo, simpatía y camaradería. Es respeto al amigo, permitiéndole ser él mismo y procurar su bien, como si de nosotros mismos se tratara.
José Luis Martín Descalzo dice que en la amistad hay que dar el uno al otro lo que se tiene, lo que se hace, lo que se es.
Por todo ello, ser un buen amigo y encontrar un buen amigo son las dos cosas más difíciles del mundo, porque supone la conversión de dos egoísmos en la suma de dos generosidades.
Cristo en la Eucaristía es nuestro mejor amigo, y hay que hacer esta experiencia. ¿Cómo? Visitándolo, estando ratos cortos y largos con Él, contándole nuestras vidas con sus luces y sombras, abriéndole nuestro corazón, escuchando sus palabras en el silencio de la intimidad.
Debemos insistir mucho en las visitas a Cristo en el sagrario. Ojalá también pasemos junto a Él momentos de intimidad en las noches de oración, noches heroicas, adoraciones, horas santas, pues son momentos idóneos para crecer en nuestra amistad con Jesús.
Jesús en la Eucaristía tiene todos los rasgos de un verdadero amigo. Nos respeta tal como somos. No pretende adueñarse de nuestra voluntad. Respeta nuestra libertad. Es sincero y franco. Nos dice todo sin rodeos, sin doblez, sin mentira, sin traición. Es generoso, se dona completamente, no se reserva nada. Está siempre y a todas horas a disposición de sus amigos. No tiene horarios de atención. Acepta nuestras fallas, defectos, limitaciones, sabiendo disculpar y perdonar. Quiere, en fin, dar y recibir.

Feliz Mes de la Amistad para todos aquellos que queremos cultivar la amistad con Jesús a traves de nuestros queridos amigos...

miércoles, 21 de julio de 2010

Vidas

Félix Leseur: de esposo ateo a sacerdote católico

Médico de profesión, periodista político y militante anticlerical, la historia de Félix Leuser está íntimamente ligada a la de Elisabeth Leseur, con quien se casó en julio de 1889.
Francés de nacimiento (1861-1940), fue prontamente conocido en el ambiente parisino de la época como editor de un periódico anticlerical y ateo. Había perdido la fe durante el periodo de sus estudios de medicina.
Isabel nació en París y desde muy joven se distinguió por su vida devota. A los 21 años se casó con Félix con la condición de que éste aceptara respetar su fe católica. Y Félix cumplió por algún tiempo pues pronto comenzó a ridiculizar las creencias de su esposa y a dotar la biblioteca de casa con colecciones de libros que justificaban el ateísmo. A la campaña de corte intelectual-literario la acompañó también un ambiente frívolo de viajes y reuniones. Después de siete años, Elisabeth perdería también la fe.
Paradójicamente, la vuelta y refortalecimiento de Elisabeth en su fe vino por el camino menos pensado: Félix le regaló el libro “Historia de los orígenes del cristianismo” (de Ernest Renán, un autor que profesaba aversión al catolicismo) para rematar la obra de renuncia a la fe por parte de su esposa.
Elisabeth poseía una noble inteligencia, lo que la llevó a descubrir las falacias de los argumentos e indigencia de su fondo. La enorme cantidad de disparates y contradicciones de la obra la llevaron a desear conocer mejor su fe. Y así comenzó la reconstrucción religiosa de su vida: leyó a los Santos Padres, a autores místicos y, sobre todo, la Sagrada Escritura.
Desde entonces la fuerza de su amor a Dios y su confianza en Él fue la mayor convicción y la piedra de impulso para ir adelante. Pronto vio la necesidad de convertir a su marido pero todo esfuerzo y razonamiento era inútil. A partir de entonces sus armas serían la oración y el sacrificio.
Después de una experiencia mística en 1903, durante un viaje a Roma, Elisabeth comenzaría a repetir esa unión mística con Dios cada vez que recibía el Cuerpo de Cristo. En no pocas ocasiones tuvo que privarse de recibir la Eucaristía por las objeciones de su marido. De este periodo son las numerosas cartas que Elisabeth escribió así como su diario espiritual.
Es en ese diario donde Isabel reflejaría el sufrimiento experimentado durante ese periodo, el cual fue redimensionado por la fe: “el sufrimiento es la forma más elevada de acción, la más alta expresión de la maravillosa comunión de los santos; en el sufrimiento será útil para los demás y para las grandes causas que uno anhela servir”.
Elisabeth enfermó de cáncer de mamá y murió en 1914, con sólo 48 años de edad. En el diario escrito en 1905, Elisabeth predijo la conversión de su marido. Sobre este periodo diría luego el mismo Félix: “Me llamó la atención ver cómo tenía un gran dominio sobre su alma y su cuerpo… soportó con ecuanimidad la enfermedad”.
Tras la muerte de su esposa, Félix decidió escribir un libro contra los milagros de Lourdes. Nunca llevó a cabo el despropósito pues visitando Lourdes tendría la primer experiencia que le haría considerar seriamente su postura ateísta.  En una nota dirigida a él, Félix leyó las siguientes palabras de su esposa el mismo año 1914: “En 1905 le pedí a Dios todopoderoso que me envié sufrimientos para comprar tu alma. El día que me muera, el precio habrá sido pagado. No hay amor más grande una mujer que ésta abandone la vida por su esposo”. Primero calificó el escrito como el de una mujer fantasiosa. Tres años después, Félix volvía al seno de la Iglesia en la que había sido bautizado. En 1919 se hacía religioso dominico y, en 1923, era ordenado sacerdote.
“Después de la muerte de Elisabeth –refiere el padre Félix Leseur en el prólogo al Testamento espiritual de su esposa–, cuando todo pareció derrumbarse a mi alrededor, me encontré con el Testamento Espiritual que había escrito para mí, y también con su Diario. Leí y releí y una revolución se llevó a cabo en todo mi ser. Allí descubrí que Elisabeth había hecho con Dios una especie de pacto, comprometiéndose a cambiar su vida por mi regreso a la fe. Me acordé de que un día ella me había dicho con absoluta seguridad: "Me moriré antes. Y cuando yo me muera, te convertirás; y cuando te conviertas, te convertirás en una religioso”.
Y añade: “Y así, de su Diario percibí con claridad el significado interno de la existencia de Elisabeth, tan grande en su humildad. Llegué a apreciar el esplendor de la fe de la cual yo había visto los efectos maravillosos. Los ojos de mi alma se abrieron. Me volví hacia Dios, que me llamó. Le confesé mis faltas a un sacerdote y me reconcilié con la Iglesia”.
Cristo dice en el Evangelio dice que “no hay amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos”. Y en buena medida, el amor esponsal es una amistad sublimada por el amor más grande. 

El ejemplo de Elisabeth y los frutos en la vida de Félix ponen de manifiesto la belleza y actualidad del mensaje cristiano

lunes, 19 de julio de 2010

Una mirada a nuestro interior

“Rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras: convertíos al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso.” (Joel 2,13)
Conversión significa ponerse en camino hacia la luz, pero para emprender esta tarea necesitamos hacer un examen de conciencia y realizar un viaje interior hacia nosotros mismos, y para ello es importante tener en cuenta los siguientes elementos:
  • Aceptar con humildad que en mi hay un margen de error que debe ponerse en camino hacia la superación.
  • Sentir necesidad de dar luz; es decir, tener conciencia de que muchos aspectos de mi vida están en penumbras y desean ser trasformados, iluminados y superados.
  • Buscar ayuda, pues en muchas ocasiones decimos que podemos superarnos solos y lo que hacemos, inconscientemente, es justificar y dar razones para tranquilizar nuestra conciencia.
  • Abrir las puertas de nuestro corazón: ya que a veces creemos que no pasa nada o que toda está bien; sin embargo nuestra existencia cada día se hunde en el caos y en el desastre.
  • Focalizar cuál es ese aspecto de mi personalidad que no evoluciona y me impide sentir un nivel elevado de paz interior.
  • Invocar con todas las fuerzas la presencia de Dios, el único que nos da ese poder sobrenatural que los humanos necesitamos cuando sentimos que nuestra capacidad es insuficiente.
Es importante entender que el primer paso hacia la cura es la conciencia de la enfermedad, entonces si te resistes a confrontarte y a hacerte una autocritica para revisar el estado de tu vida, estarias abocado a ser el más pobre entre los pobres, a repetir historias de dolor y oscuridad y volver a las mismas equivocaciones de toda la vida. ¡Ánimo! Mirate con humildad y empieza un camino de conversión para que disfrutes en ti de la luz de una nueva criatura y de un ser más elevado, quilibrado, sano y transparente.
Dile a Dios: Señor, dame la humildad necesaria para mirarme en mi interior y darme cuenta que necesito urgentemente un proceso de conversión.

sábado, 10 de julio de 2010

Cristianos en la política


Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

VER

Han pasado las elecciones en varios Estados de nuestra patria. Esperamos que el proceso post-electoral transcurra en paz y se aclaren todas las inconformidades por los resultados. Ahora toca reconstruir la armonía social y todos juntos trabajar por el bien de la comunidad, con cargo y sin él.
Hay creyentes que menosprecian participar en la política, porque la juzgan sucia y corrupta de por sí, o porque piensan que nada tiene que ver con su fe. Por lo contrario, algunos pastores no católicos, con tal de ganar espacios públicos y prebendas de los candidatos, enganchan a sus congregaciones hacia una opción partidista, como si el Evangelio fuera de un partido. Otros, iluminados por Cristo, asumen el servicio público como una forma de influir en la sociedad, para que ésta se construya con los valores del Reino de Dios: verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz.

JUZGAR

El Papa Benedicto XVI dijo al Consejo Pontificio para los laicos: "No forma parte de la misión de la Iglesia la formación técnica de los políticos... Su misión se concentra de modo especial en educar a los discípulos de Cristo, para que sean cada vez más testigos de su presencia en todas partes. Toca a los fieles laicos mostrar concretamente en la vida personal y familiar, en la vida social, cultural y política, que la fe permite leer de una forma nueva y profunda la realidad y transformarla; que la caridad en la verdad es la fuerza más eficaz capaz de cambiar el mundo; que el Evangelio es garantía de libertad y mensaje de liberación... Compete a los fieles laicos participar activamente en la vida política, de modo siempre coherente con las enseñanzas de la Iglesia" (21-V-2010).
Y repite algo dicho por sus predecesores: "La política es un ámbito muy importante del ejercicio de la caridad". ¿Por qué? Porque la caridad es desgastarse a sí mismo, para que otros tengan vida digna. Caridad no es sólo dar una limosna, sino amar, lo que implica renunciar al propio interés, e incluso al debido descanso, para dedicarse en cuerpo y alma al bienestar común. Una política entendida como vivencia de la caridad, del amor, es camino de santidad, pues lo que más nos asemeja a Dios, que es amor, es precisamente amar y servir a los demás, siempre y a todas horas, con cargos y sin ellos, ganando o perdiendo una elección.
El servicio a los demás no sólo se vive en un puesto público, sino de muchas otras formas, empezando en el desgaste diario por la propia familia; sin embargo, la política es una oportunidad de sacrificarse más, para que los demás, sobre todo los pobres y excluidos, vivan dignamente, como hijos de Dios y hermanos en Cristo. Esto ennoblece a la política.
Recalca el Papa: "Se necesitan políticos auténticamente cristianos, pero antes aún fieles laicos que sean testigos de Cristo y del Evangelio en la comunidad civil y política... Hay que recuperar y vigorizar de nueva una auténtica sabiduría política, que es también un complejo arte de equilibrio entre ideales e intereses, para servir al bien común, a la luz del Evangelio".

ACTUAR

Como la mayoría de los electos son creyentes en Cristo, que el desgaste político sea expresión de su propia fe, de su amor generoso a la comunidad. En el servicio diario es donde se comprueba la valía de cada persona, grupo, alianza o partido.
La madurez humana, política y cristiana se demuestra en amar y perdonar a quienes contendieron en opciones distintas; en invitarles a participar en el ejercicio del poder; en asumir propuestas originadas en otras mentes, pero que en sí son útiles a la sociedad; en hacer nuevas alianzas no sólo estratégicas y coyunturales para triunfar en una elección, sino para unir voluntades al servicio del progreso y la paz social.
Los elegidos sean coherentes con su fe en Cristo; demuéstrenla en su rectitud diaria, como dijo el Papa en Chipre: "La rectitud moral y el respeto imparcial por los demás y su bienestar son esenciales para el bien de la sociedad... Individuos, comunidades y Estados, sin la guía de verdades morales objetivas, se volverían egoístas y sin escrúpulos, y el mundo sería un lugar más peligroso para vivir"

jueves, 8 de julio de 2010

Observancia de las normas litúrgicas y “ars celebrandi”

por Mauro Gagliardi

Durante el Año Sacerdotal, concluido hace poco, la columna “El Espíritu de la Liturgia” ha desarrollado el tema de “El sacerdote en la Celebración eucarística”, elegido con motivo de la coincidencia, en 2009-2010, de diversos aniversarios: el 150° de la muerte del Santo Cura de Ars (1859), el 40° de la promulgación del Misal de Pablo VI (1969) y el 440° del Misal de san Pío V (1570), que en la edición aprobada por el beato Juan XXIII (1962) representa la forma extraordinaria del Rito Romano [1]. De ahí la oportunidad de poner en claro la peculiar dignidad del sacerdocio ordenado, profundizando en la teología y la espiritualidad de la Santa Misa, particularmente en la perspectiva del ministro que la celebra.

1. La situación en el post-Concilio
El Concilio Vaticano II ordenó una reforma general de la sagrada liturgia[2]. Esta fue efectuada, tras la clausura del Concilio, por una comisión comunmente llamada, por brevedad, el Consilium [3]. Es sabido que la reforma litúrgica fue desde el inicio objeto de críticas, a veces radicales, como de exaltaciones, en ciertos casos excesivas. No es nuestra intención detenernos en este problema. Podemos decir en cambio que se está generalmente de acuerdo en observar un fuerte aumento de los abusos en el campo celebrativo después del Concilio.
También el Magisterio reciente ha tomado nota de la situación y en muchos casos ha llamado a la estricta observancia de las normas y de las indicaciones litúrgicas. Por otra parte, las leyes litúrgicas establecidas para la forma ordinaria (o de Pablo VI) – la que, excepciones aparte, se celebra siempre y en todas partes en la Iglesia de hoy – son mucho más “abiertas” respecto al pasado. Estas permiten muchas excepciones y diversas aplicaciones, y prevén también múltiples formularios para los diversos ritos (la pluriformidad incluso aumenta en el paso de la editio typica latina a las versiones nacionales). A pesar de ello, un gran número de sacerdotes considera que tiene que ampliar ulteriormente el espacio dejado a la “creatividad”, que se expresa sobre todo con el frecuente cambio de palabras o de frases enteras respecto a las fijadas en los libros litúrgicos, con la inserción de “ritos” nuevos y a menudo extraños completamente a la tradición litúrgica y teológica de la Iglesia e incluso con el uso de vestimentas, vasos sagrados y adornos no siempre adecuados y, en algunos casos, cayendo incluso en el ridículo. El liturgista Cesare Giraudo ha resumido la situación con estas palabras:
“Si antes [de la reforma litúrgica] había fijación, esclerosis de formas, innaturalidad, que hacían la liturgia de entonces una “liturgia de hierro”, hoy hay naturalidad y espontaneísmo, sin duda sinceros, pero a menudo sobreentendidas, malentendidas, que hacen – o al menos corren en riesgo de hacer – de la liturgia una “liturgia de caucho”, resbaladiza, escurridiza, jabonosa, que a veces se expresa en una ostentosa liberación de toda normativa escrita. [...] Esta espontaneidad mal entendida, que se identifica de hecho con la improvisación, la facilonería, la superficialidad, el permisivismo, es el nuevo “criterio” que fascina a innumerables agentes pastorales, sacerdotes y laicos.
[...] Por no hablar también de aquellos sacerdotes que, a veces y en algunos lugares, se arrogan el derecho de utilizar plegarias eucarísticas salvajes, o de componer acá o allá su texto o partes de él” [4].
El papa Juan Pablo II, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, manifestó su disgusto por los abusos litúrgicos que tienen lugar a menudo, particularmente en la celebración de la Santa Misa, en cuanto que “la Eucaristía es un don demasiado grande, para soportar ambigüedades y disminuciones” [5]. Y añadió:
“Por desgracia, es de lamentar que, sobre todo a partir de los años de la reforma litúrgica postconciliar, por un malentendido sentido de creatividad y de adaptación, no hayan faltado abusos, que para muchos han sido causa de malestar. Una cierta reacción al « formalismo » ha llevado a algunos, especialmente en ciertas regiones, a considerar como no obligatorias las « formas » adoptadas por la gran tradición litúrgica de la Iglesia y su Magisterio, y a introducir innovaciones no autorizadas y con frecuencia del todo inconvenientes.
Por tanto, siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo. La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios” [6].

2. Causas y efectos del fenómeno
El fenómeno de la “desobediencia litúrgica” se ha extendido de tal forma, por número y en ciertos casos también por gravedad, que se ha formado en muchos una mentalidad por la cual en la liturgia, salvando las palabras de la consagración eucarística, se podrían aportar todas las modificaciones consideradas “pastoralmente” oportunas por el sacerdote o por la comunidad. Esta situación indujo al mismo Juan Pablo II a pedir a la Congregación para el Culto Divino que preparase una Instrucción disciplinar sobre la Celebración de la Eucaristía, publicada con el título de Redemptionis Sacramentum el 25 de marzo de 2004. En la citación antes reproducida de la Ecclesia de Eucharistia, se indicaba en la reacción al formalismo una de las causas de la “desobediencia litúrgica” de nuestro tiempo. La Redemptionis Sacramentum señala otras causas, entre ellas un falso concepto de libertad [7] y la ignorancia. Esta última en particular se refiere no sólo al conocimiento de las normas, sino también a una comprensión deficiente del valor histórico y teológico de muchos textos eucológicos y ritos: “Los abusos encuentran, finalmente, muy a menudo fundamento en la ignorancia, ya que por lo general se rechaza aquello de lo que no se capta el sentido más profundo, ni se conoce su antigüedad” [8].
Introduciendo el tema de la fidelidad a las normas en una comprensión teológica e histórica, además de en el contexto de la eclesiología de comunión, la Instrucción afirma:
“El Misterio de la Eucaristía es demasiado grande 'para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal'. [...] Los actos arbitrarios no benefician la verdadera renovación, sino que lesionan el verdadero derecho de los fieles a la acción litúrgica, que es expresión de la vida de la Iglesia, según su tradición y disciplina. Además, introducen en la misma celebración de la Eucaristía elementos de discordia y la deforman, cuando ella tiende, por su propia naturaleza y de forma eminente, a significar y realizar admirablemente la comunión con la vida divina y la unidad del pueblo de Dios. De estos actos arbitrarios se deriva incertidumbre en la doctrina, duda y escándalo para el pueblo de Dios y, casi inevitablemente, una violenta repugnancia que confunde y aflige con fuerza a muchos fieles en nuestros tiempos, en que frecuentemente la vida cristiana sufre el ambiente, muy difícil, de la 'secularización'.
Por otra parte, todos los fieles cristianos gozan del derecho de celebrar una liturgia verdadera, y especialmente la celebración de la santa Misa, que sea tal como la Iglesia ha querido y establecido, como está prescrito en los libros litúrgicos y en las otras leyes y normas. Además, el pueblo católico tiene derecho a que se celebre por él, de forma íntegra, el santo sacrificio de la Misa, conforme a toda la enseñanza del Magisterio de la Iglesia. Finalmente, la comunidad católica tiene derecho a que de tal modo se realice para ella la celebración de la santísima Eucaristía, que aparezca verdaderamente como sacramento de unidad, excluyendo absolutamente todos los defectos y gestos que puedan manifestar divisiones y facciones en la Iglesia” [9].
Particularmente significativo en este texto es la llamada al derecho de los fieles de tener la liturgia celebrada según las normas universales de la Iglesia, además de subrayar el hecho de que las transformaciones y modificaciones de la liturgia – aunque se hagan por motivos “pastorales” – no tienen en realidad un efecto positivo en este campo; al contrario confunden, turban, cansan y pueden incluso hacer alejarse a los fieles de la práctica religiosa.

3. El ars celebrandi
He aquí los motivos por los cuales el Magisterio en las últimas cuatro décadas ha recordado varias veces a los sacerdotes en la importancia del ars celebrandi, el cual – si bien no consiste sólo en la perfecta ejecución de los ritos de acuerdo con los libros, sino también y sobre todo en el espíritu de fe y adoración con los que éstos se celebran – no se puede sin embargo realizar si se aleja de las normas fijadas para la celebración [10]. Así lo expresa por ejemplo el Santo Padre Benedicto XVI:
“El primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio. El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (cf. 1 P 2,4-5.9).” [11].
Recordando estos aspectos, no se debe caer en el error de olvidar los frutos positivos producidos por el movimiento de renovación litúrgica. El problema señalado, con todo, subsiste y es importante que la solución al mismo parta de los sacerdotes, los cuales deben empeñarse ante todo en conocer de manera profundizada los libros litúrgicos, y también a poner fielmente en práctica sus prescripciones. Sólo el conocimiento de las leyes litúrgicas y el deseo de atenerse estrictamente a ellas impedirá ulteriores abusos e “innovaciones” arbitrarias que, si en el momento pueden quizás emocionar a los presentes, en realidad acaban pronto por cansar y defraudar. Salvadas las mejores intenciones de quien las comete, después de cuarenta años de “desobediencia litúrgica” no construye de hecho mejores comunidades cristianas, sino que al contrario pone en peligro la solidez de su fe y de su pertenencia a la unidad de la Iglesia católica. No se puede utilizar el carácter más “abierto” de las nuevas normas litúrgicas como pretexto para desnaturalizar el culto público de la Iglesia:
“Las nuevas normas han simplificado en mucho las fórmulas, los gestos, los actos litúrgicos [...]. Pero tampoco en este campo se debe ir más allá de lo establecido: de hecho, haciendo así, se despojaría a la liturgia de los signos sagrados y de su belleza, que son necesarios, para que se realice verdaderamente en la comunidad cristiana el misterio de la salvación y se comprenda también bajo el velo de las realidades visibles, a través de una catequesis apropiada. La reforma litúrgica de hecho no es sinónimo de desacralización, ni quiere ser motivo para ese fenómeno que llaman la secularización del mundo. Es necesario por ello conservar en los ritos dignidad, seriedad, sacralidad” [12].
Entre las gracias que esperamos poder obtener de la celebración del Año Sacerdotal está por tanto también la de una verdadera renovación litúrgica en el seno de la Iglesia, para que la sagrada liturgia sea comprendida y vivida por lo que esta es en realidad: el culto público e íntegro del Cuerpo Místico de Cristo, Cabeza y miembros, culto de adoración que glorifica a Dios y santifica a los hombres [13].

Notas

[1] Cf. M. Gagliardi, “El sacerdote en la Celebración eucarística”,
[2] Cf. Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 21.
[3] Abreviación de Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia.
[4] C. Giraudo, “La costituzione 'Sacrosanctum Concilium': il primo grande dono del Vaticano II”, en La Civiltà Cattolica (2003/IV), pp. 532; 531.
[5] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 10.
[6] Ibid., n. 52. Cf. también Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 28.
[7] “No es extraño que los abusos tengan su origen en un falso concepto de libertad. Pero Dios nos ha concedido, en Cristo, no una falsa libertad para hacer lo que queramos, sino la libertad para que podamos realizar lo que es digno y justo”: Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Redemptionis Sacramentum, n. 7.
[8] Ibid., n. 9.
[9] Ibid., nn. 11-12.
[10] Sagrada Congregación de los Ritos, Eucharisticum Mysterium, n. 20: “Para favorecer el correcto desarrollo de la celebración sagrada y la participación activa de los fieles, los ministros no deben limitarse a llevar a cabo su servicio con exactitud, según las leyes litúrgicas, sino que deben comportarse de forma que inculquen, por medio de éste, el sentido de las cosas sagradas”.
[11] Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, n. 38. Véase el n. 40 desarrolla adecuadamente el concepto.
[12] Sagrada Congregación para el Culto Divino, Liturgicae instaurationes, n. 1. El texto continua: “La eficacia de las acciones litúrgicas no está en la búsqueda continua de novedades rituales, o de simplificaciones ulteriores, sino en la profundización de la palabra de Dios y del misterio celebrado, cuya presencia está asegurada por la observancia de los ritos de la Iglesia y no de los impuestos por el gusto personal de cada sacerdote. Téngase presente, además, que la imposición de reconstrucciones personales de los ritos sagrados por parte del sacerdote ofende la dignidad de los fieles y abre el camino al individualismo y al personalismo en la celebración de acciones que directamente pertenecen a toda la Iglesia”.
[13] Cf. Pío XII, Mediator Dei, I, 1; Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 7.