martes, 31 de agosto de 2010

Madre Teresa, icono de la unidad

Fue un 26 de agosto de 1910... ¡Se cumplen cien años! La que conocemos como "Madre Teresa de Calcuta", nacía en Skopje y era bautizada con el nombre de Gonxha Agnes.
La identidad de Madre Teresa queda inequívocamente expresada en aquellas palabras suyas: "De sangre soy albanesa. De ciudadanía, india. En lo referente a la fe, soy una monja católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús".
Afortunadamente, el legado de la Madre Teresa hacia los más pobres de entre los pobres, es muy conocido. La obra por ella fundada, las Misioneras de la Caridad, continúa su carisma. Actualmente cuentan con 4.800 religiosas y 757 casas en 145 países. Jamás en toda la historia de la Iglesia se había producido una extensión tan rápida de una orden religiosa... Pero quisiera en el presente artículo referirme exclusivamente al destacadísimo legado "ad intra" que Madre Teresa nos ha dejado en la Iglesia Católica.
En los años posteriores al Concilio Vaticano II se confrontaron en el seno de la Iglesia dos concepciones que parecían irreconciliables: ¿La Iglesia Católica debía de apostar por la defensa de la ortodoxia, conservando la fe y las costumbres transmitidas por la Tradición; o por el contrario, debía centrarse en la opción por los pobres y los marginados? ¿El futuro modelo de sacerdote habría de cuidar respetuosamente de la liturgia y de su vida espiritual; o, más bien, debería estar en medio del mundo e implicado en los problemas terrenales?...
Quienes han accedido a leer directamente los textos del Concilio, saben de sobra que no existe tal dicotomía en el ideal de la Iglesia Católica. La "ortodoxia" (la doctrina recta) y la "ortopraxis" (la praxis recta), lejos de excluirse, se implican y se necesitan mutuamente.
Sin embargo, no podemos negar que en aquel momento concreto existían dos "imágenes" de Iglesia muy contrastadas, y hasta contrapuestas (por desgracia, no parece que el problema esté definitivamente superado). Además de aquella doctrina conciliar íntegra y equilibrada, la Iglesia Católica necesitaba también, como agua de mayo, un "icono" que aunase y conjugase el ideal de la "ortodoxia" y el de la "ortopraxis". Y es que, la confesión de la fe católica y su "traducción" a la práctica de las obras de justicia y caridad, son las dos caras de una misma moneda. Sólo así la doctrina católica muestra toda la belleza de su verdad: cuando la fe se traduce en obras, y cuando éstas tienen en la fe su inspiración y su fuerza... ¡¡Pues he aquí el "icono" de la Madre Teresa!! Ante su testimonio, tantas discusiones y luchas intestinas vividas en los años postconciliares, resultan absolutamente absurdas y superfluas; al comprobar que cuando se alcanza el ideal de la santidad, entonces, y sólo entonces, la verdad y la caridad se conjugan a la perfección. 
Ese gran servicio que Madre Teresa nos ha prestado "ad intra", se concreta también en la búsqueda del bien moral "íntegro" del ser humano. En efecto, es frecuente que caigamos en una especie de "acotaciones" o "reducciones" del mensaje moral cristiano: ¿A qué debemos dar prioridad? ¿A la reivindicación de la condonación de la deuda externa de los países pobres, a la campaña del 0'7%, a la lucha contra el hambre; o, por el contrario, a la defensa de la familia, del derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural y del derecho de los padres a la educación de sus hijos?
Para Madre Teresa jamás existieron esas dicotomías. El bien moral es "uno", y no puede reducirse o fraccionarse. Baste recordar lo sucedido cuando en 1979 la Real
Academia Sueca la distinguió con el Premio Nobel de la Paz. Al solicitarle su consejo para promover la paz en el mundo, ella, pequeña y combativa, respondió: "Id a casa y amad a vuestras familias". La Madre Teresa fue siempre una "apisonadora" de congruencia moral. Para ella no hubo jamás fronteras divisorias entre los distintos campos de la ética.
Otra gran aportación "ad intra" de Madre Teresa, ha sido la integración de la mística cristiana y de la obra social de la Iglesia. Frente a la tentación de una espiritualidad desencarnada, o de una obra social totalmente "horizontalista" y secularizada, ella partía de la profunda experiencia mística, que tuvo en el año 1946, en la que había recibido estas palabras de Cristo: "Mi pequeña, ven, llévame a los agujeros donde viven los pobres. Ven, sé mi luz. No puedo ir solo. Llévame contigo en medio de ellos...". Esa firme convicción sería el fundamento del que fue el lema de su trabajo: "Lo hacemos por Jesús".
En resumen, no son sólo los pobres del mundo quienes agradecen a Madre Teresa su legado, sino que todos en el seno de la Iglesia Católica habremos de estarle eternamente agradecidos por su gran aportación, sin ser ella consciente de ello, en pro de la sanación de tantas heridas y malformaciones que ponen en peligro la unidad de la Iglesia y de la integridad de su mensaje.

La colina de Taizé

Por Giovanni Maria Vian

Era el 20 de agosto de 1940, hace setenta años, cuando Roger Schutz llegó por primera vez a Taizé. En aquel verano de guerra en la Francia sometida por el invasor, ciertamente el joven pastor calvinista suizo no podía imaginar que en un futuro no tan lejano -ya durante la década de 1950- otros jóvenes europeos, muchos y después muchísimos, iban a subir a esa colina en el corazón de Borgoña, en una región rural ondulada y dulce en cuyo horizonte corren a menudo grandes nubes. Al principio llegaban espontáneamente, como él, quizá en autostop, luego de todo el continente en grupos organizados, sobre todo durante el verano o en Pascua.

En el calendario litúrgico el 20 de agosto es la fiesta de san Bernardo, que vivió en Cîteaux, no muy distante de Taizé, que a su vez se encuentra a pocos kilómetros de Cluny: bajo el signo de reformas monásticas que han marcado la historia de la Iglesia. Y ya en 1940 el joven Schutz comenzó a acoger a refugiados y judíos, pensando en un proyecto de vida común con algunos amigos, que inició dos años más tarde en Ginebra por la imposibilidad de quedarse en Francia. Regresó a Taizé durante la guerra, y reanudó la acogida, esta vez de prisioneros alemanes y de niños huérfanos. Quien llega hoy encuentra un pequeño bungalow, un poco más allá de las antiguas casas y la pequeña iglesia románica, rodeada por un minúsculo cementerio, y una acogida que encarna la antigua hospitalidad en el nombre de Cristo inscrita en la Regla de san Benito.

Precisamente la vocación monástica había atraído siempre a Roger y a sus compañeros, todos de origen protestante, pero sensibles a la riqueza de las distintas corrientes cristianas y que se comprometieron ya en 1949 a una forma de vida común en el surco de la espiritualidad benedictina y de la ignaciana, delineada algunos años más tarde en la Regla de Taizé. En ese mismo año el hermano Roger fue recibido por Pío XII junto con uno de sus primeros compañeros, Max Thurian, mientras que desde 1958 sus encuentros con el Papa -Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II, que en 1986 estuvo en la colina- se convirtieron en una costumbre anual, expresando una cercanía que llevó, desde finales de la década de 1960, a la entrada en la comunidad de un número creciente de católicos. Y el hermano Roger, ya varios años antes de su asesinato a manos de una desequilibrada el 16 de agosto de 2005, designó a un joven católico alemán, Alois Löser, como su sucesor en la guía de la comunidad.

En 1962 el prior, con algunos hermanos, comenzó en el más absoluto secreto una serie de visitas a algunos países del Este europeo, mientras que en agosto se inauguró en Taizé una moderna Iglesia de la Reconciliación. Un espacio muy grande -pero que pronto hubo que ampliar, al principio con carpas, para hospedar a las miles de personas que acudían en las semanas de verano- predispuesto para la oración tres veces al día en varios idiomas. Con los largos momentos de silencio y cantos meditativos ahora muy difundidos, estas tres citas diarias eran lo que impresionaba profundamente a quienes llegaban por primera vez a la colina.

Para la apertura de un "concilio de los jóvenes" en agosto de 1974 llegaron a Taizé más de cuarenta mil de toda Europa, alojados en un campamento de tiendas, en una precariedad agravada por una lluvia torrencial. Entre ellos pasaba imperturbable el cardenal Johannes Willebrands, enviado por Pablo VI, hablando con amabilidad a los jóvenes de poco más de veinte años que se le acercaban, manchados de barro y cansados, pero impresionados por la apuesta ecuménica de la comunidad. A ellos, durante décadas, en el surco de la grande tradición cristiana, el hermano Roger dirigía cada tarde una breve meditación, y después de la oración se detenía a acoger y escuchar a quienes querían hablarle o sólo acercarse a él.
Esta fue, en los años de la contestación juvenil y del alejamiento de muchos de la fe, la revolución de Taizé. Lucha y contemplación había decidido titular el diario de aquellos años el prior, mientras la comunidad comenzaba una "peregrinación de confianza" en los distintos continentes. Buscando la reconciliación y compartir las pobrezas del mundo, reavivando la fe casi apagada en numerosos contextos de Europa central, sosteniendo su llamita en los países sofocados por el comunismo, acostumbrando a muchos jóvenes católicos a una apertura todavía más amplia.

Taizé nunca quiso constituir un movimiento, pero siempre impulsó a comprometerse en las parroquias y en las realidades locales: practicando la acogida, alentando a los pacíficos de la bienaventuranza evangélica, trabajando para la unión entre las Iglesias y las comunidades de los creyentes en Cristo, mostrando la vitalidad y la eficacia de un camino ecuménico espiritual. Que sepa reconciliar en sí mismo -el hermano Roger, notre frère, lo había aprendido de joven y lo testimonió durante toda la vida, auténtico pionero de un "ecumenismo de la santidad" como ha escrito el cardenal Bertone en nombre de Benedicto XVI- las riquezas de las distintas confesiones cristianas: la atención a la Biblia subrayada en el protestantismo, el esplendor de la liturgia ortodoxa, la centralidad de la Eucaristía católica. Delante de la cual en Taizé brilla siempre una lucecita que significa la adoración del único Señor.

sábado, 28 de agosto de 2010

Espiritualidad cristiana de la ecología

Declaración final del simposio latinoamericano y caribeño convocado por el CELAM

Nosotros, como discípulos misioneros de Jesucristo nuestro Señor, convocados por el Departamento de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), provenientes de 16 países de América Latina y El Caribe, Alemania e Indonesia, reunidos en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, los días 21 al 24 de agosto de 2010, en estudio y oración, hacemos llegar nuestra preocupación y reflexión a quienes tienen en sus manos el poder de decisión, organismos multinacionales, académicos, empresarios, comunicadores, líderes de diversas organizaciones sociales, a nuestras comunidades cristianas y a nuestros pueblos:
1. Nos interpela el proceso creciente de concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos, amenazando los territorios de los pueblos. Parte de esta amenaza se debe al avance del uso por industrias extractivas y de producción de agrocombustibles, entre otras, porque prevalece una lógica económica del mero interés o beneficio, en desmedro del vivir bien de los pueblos. Nos preocupa la ocurrencia frecuente de actos corruptos en el proceso de concesión de territorios y sin la consulta debida a los pueblos que los habitan.
2. La enorme biodiversidad de América Latina y El Caribe ofrece servicios ambientales para todo el planeta, hecho que trasciende la significación mercantilista actual y que brinda verdaderos beneficios. Esta biodiversidad está siendo aniquilada irreversiblemente: solamente en Amazonía, poco más del 17% de la selva ha desaparecido y la tasa de extinción de especies llega a ser mil veces superior a la histórica [1]. Asistimos a una creciente destrucción ambiental por deforestación, contaminación debido a residuos industriales y urbanos, minería a cielo abierto, monocultivo extensivo, el avance de la desertificación, extracción de hidrocarburos, entre otros, que afectan asimismo recursos vitales para los pueblos, como son el agua dulce y provisión natural de alimentos, especialmente entre los más pobres.
3.  Los estilos de vida predominantes en una parcela de la humanidad, de consumo desmedido, conllevan a un desequilibrio entre la creciente demanda de recursos naturales, renovables y no renovables, y la disponibilidad de la tierra -junto al riesgo de aniquilación de la biodiversidad- así como también, el agotamiento de energías de bajo costo que amenazan el desenvolvimiento de las sociedades en el mediano plazo. Diversas catástrofes ambientales sobre el planeta, tanto naturales como antropogénicas, en las últimas décadas dan prueba de ello. Asimismo estas catástrofes -tal como el calentamiento global y sus efectos de fenómenos meteorológicos severos en el contexto de cambio climático (sequías, inundaciones, tormentas, etc.) [2] y la contaminación de aguas y suelos, debido a la producción irresponsable, entre otras- y el despojo forzado de territorio provocan la ocurrencia de numerosos desplazados y refugiados ambientales que genera aún más pobreza.
4.  Unido a ello, la actividad económica predominante en las culturas tecnológicamente desarrolladas, bajo la lógica de la eficiencia, maximización de la ganancia en pocas manos y socialización de la pérdida, se caracteriza por el olvido de la dimensión sagrada y espiritual de la naturaleza -como parte de la creación amorosa de Dios fuente de Vida- y de la gratuidad de los bienes y servicios ofrecidos por ella (Cf. CIV 37). Se evidencia la falta de responsabilidad en el manejo de las fuentes de energía y recursos naturales que se van agotando bajo patrones de producción y consumo insustentables que no asumen los costos ambientales presentes que terminan siendo pagados por los pobres y ponen en peligro la supervivencia de generaciones presentes y futuras [3].
5. Frente a esta realidad, reafirmamos nuestra fe en un Dios Creador amoroso de todo lo existente, que es el único Señor de la tierra (Cf. Sal. 23, 1-2). Él ha encomendado esta creación a los seres humanos, semblantes de las cualidades de su Creador, para su guarda y su cultivo (Cf. Gn. 2,15). En esto se sustenta el principio del destino universal de los bienes. De ello se deriva la lógica del don y la gratuidad que ha de regir las relaciones y actividades humanas, entre ellas, la económica, bajo la forma de un uso responsable de los ambientes con el fin de promover y garantizar el bien común para todos los seres humanos así como la Belleza, la Bondad y la Verdad presentes por doquier en el don de la Creación (CIV 50, 51).
6.  Como seguidores creyentes de Jesucristo, que en su camino por la historia unió el Cielo y la Tierra restaurando la sacralidad de lo creado, aprendemos que la creación es camino hacia Dios a través de los consejos evangélicos de justicia, paz y reverencia. Aunque hoy por hoy es evidente que ella está afectada por el pecado que la introdujo en un proceso de sufrimiento comparable a los dolores de un parto, sin embargo la creación conserva la esperanza de participar de la gloriosa libertad de los hijos e hijas de Dios. Esta esperanza nos anima y se fundamenta en la fuerza activa del Espíritu Santo presente en cada ser humano que espera la redención (Cf. Rom. 8, 18-25). Para ello es necesario tomar conciencia de la singularidad de la persona humana en relación armónica con la creación y su Creador, encauzando una nueva espiritualidad cósmica que recupere una sana convivencia con la naturaleza. Promover la conversión ecológica nos permitirá caer en la cuenta del valor intrínseco de la creación en la economía global de salvación obrada por Dios Padre creador en Jesucristo (Cf. DA).
7. Ante estos desafíos de la realidad en nuestro continente, necesitamos recuperar la actitud contemplativa. Es nuestra tarea ayudar a despertar en las personas y comunidades una conciencia sensible al cuidado responsable de la naturaleza, como lugar sagrado que provoca sensiblemente el descubrimiento de Dios para nosotros y las generaciones futuras. Junto a los hombres y mujeres de la tierra, el territorio, los ambientes naturales en ellos ubicados y la respectiva biodiversidad, son todos aspectos intrínsecamente unidos al don de la creación que Dios posibilita y sustenta para el desarrollo integral de la persona humana y de los pueblos de todos los tiempos.
8. Esto nos impele a la preservación de las cualidades que garantizan la prolongación vital y la riqueza de la biodiversidad en la tierra. Para ello todas nuestras tareas eclesiales, catequesis, predicación, celebraciones y demás actividades pastorales, técnicas, académicas y profesionales, deben orientarse a privilegiar la conversión ecológica como dimensión integral de la fe. Asimismo se deben favorecer experiencias de la fraternidad cósmica en contacto con Dios Creador, en la dinámica que animó a San Francisco de Asís, patrono de la ecología. La espiritualidad popular, la oración personal y comunitaria, las celebraciones litúrgicas inculturadas, y la profunda vivencia de los sacramentos en clave ecológica, son lugares privilegiados para experimentar la acción del Espíritu de Dios y la iniciativa gratuita de su Amor (Cf. DA 263).
9. En este sentido, constatamos la necesidad de conocer mejor y acoger la sabiduría milenaria de los pueblos indígenas de nuestro continente; sobre todo de su experiencia de fe que nos permite aprender de su relación de armonía y comunión con Dios, los seres humanos, la naturaleza y los demás seres de la creación. Esto supone cultivar la actitud contemplativa frente a los bienes de la creación como don de Dios.
10. Como Iglesia profética, consideramos que es urgente priorizar una economía de las necesidades humanas que sea justa, solidaria y recíproca (Cf. CIV 35), y de políticas de desarrollo humano integral que respeten el derecho de los pueblos y preserven las cualidades vitales de los ambientes naturales. Para ello es necesario denunciar el impacto negativo de los megaproyectos económicos y de infraestructura, así como promover y exigir el monitoreo empresarial, estatal y civil, esclareciendo las situaciones ilegales e inmorales. Nos urge encontrar mecanismos de incidencia en los poderes públicos nacionales e internacionales en defensa de los derechos humanos.
11. Tanto en nuestras comunidades locales, dentro del marco de la misión continental de la Iglesia en América Latina y El Caribe, y especialmente en la familia, iglesia doméstica, es tarea promover una cultura de la austeridad/sobriedad, sencillez y alegría como alternativa saludable, ecológica, tanto individual como colectiva, a través de la producción orgánica, eco-amigable, y el consumo responsable, el reciclado, el uso adecuadamente aprovechado de bienes, y la educación por el respeto de la naturaleza que posibilite condiciones presentes de justicia social y la vida de las generaciones futuras (Cf. CIV 51).
12. Finalmente reconocemos que el cultivo de la actitud contemplativa, como camino de conversión personal que descubre a Dios presente en cada creatura, no es tarea fácil pero es esencial para una auténtica sanidad personal y ecológica. Este proceso de cambio de mentalidad de la cultura dominante requiere que se favorezcan experiencias de Dios como único Bien, irresistible, supremo, frente a otras ofertas superfluas de la economía consumista. Por tanto, debemos crear o facilitar espacios eclesiales dentro de nuestras grandes urbes que nos permitan redescubrir el paso de Dios en la creación, a través del contacto directo con la naturaleza y el sufrimiento humano, lo cual será piedra de toque de nuestra pequeñez y vulnerabilidad.
A la Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe, fiel discípula del Señor y guardiana de los dones de Dios, encomendamos el cuidado maternal de los bienes de la creación. Con ella y como ella nos hacemos testigos portadores del Amor de Dios que se manifiesta en la entera creación, para la vida de toda la humanidad, especialmente los más pequeños amados de Dios.

Buenos Aires, 24 de agosto de 2010
Fiesta de San Bartolomé, Apóstol

NOTAS
[1] Cf. The International Union for Conservation of Nature (IUCN), Global Biodiversity Outlook 3, Montreal (2010), 93p. (http://www.iucn.org).
[2] Cf. IPCC, 2007: Intergovernmental Panel on Climate, Climate Change 2007: The Physical Science Basis. Third assessment report: Contribution of Working Group I. Solomon, S., D. Qin, M. Manning, Z. Chen, M. Marquis, K.B. Averyt, M. Tignor and H.L. Miller (eds.): Cambridge University Press, Cambridge, United Kingdom and New York, NY, USA, 996 pp.
[3] Cf. Cf. World Watch Institute, Green Economy Program, (http://www.worldwatch.org/programs/global_economy)