sábado, 12 de febrero de 2011

La noble sencillez de las vestimentas litúrgicas

Por Uwe Michael Lang, C.O.

La tradición sapiencial bíblica aclama a Dios como “el mismo autor de la belleza” (Sab 13,3), glorificandolo por la grandeza y la belleza de las obras de la creación. El pensamiento cristiano, partiendo sobre todo de la Sagrada Escritura, pero también de la filosofía clásica como auxiliar, desarrolló la concepción de la belleza como categoría teológica.
Esta enseñanza resuena en la homilía del Santo Padre Benedicto XVI durante la Santa Misa con dedicación de la iglesia de la Sagrada Familia en Barcelona (7 de noviembre de 2010): “La belleza es también reveladora de Duis porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo”. La belleza divina se manifiesta de forma totalmente particular en la sagrada liturgia, también a través de las cosas materiales de las que el hombre, hecho de alma y cuerpo, tiene necesidad para alcanzar las realidades espirituales: el edificio del culto, los adornos, las vestiduras, las imágenes, la música, la propia dignidad de las ceremonias.
Debe leerse a propósito el quinto capítulo sobre el “Decoro de la celebración litúrgica” en la última encíclica Ecclesia de Eucharistia del papa Juan Pablo II (17 abril 2003), donde afirma que Cristo mismo quiso un ambiente digno y decoroso para la Ultima Cena, pidiendo a los discípulos que la prepararan en la casa de un amigo que tenía una “sala grande y dispuesta” (Lc 22,12; cf. Mc14,15). La encíclica recuerda también la unctio de Betania, un acontecimiento significativo que precedió a la institución de la Eucaristía (cf. Mt 26; Mc 14; Jn 12). Frente a la protesta de Judas de que la unción con óleo precioso constituía un “derroche” inaceptable, vistas las necesidades de los pobres, Jesús, sin disminuir la obligación de la caridad concreta hacia los necesitados, declara su gran aprecio por el acto de la mujer, porque su unción anticipa “ese honor del que su cuerpo seguirá siendo digno también después de la muerte, indisolublemente ligado como lo está al misterio de su Persona” (Ecclesia de Eucharistia, n. 47). Juan Pablo II concluye que la Iglesia, como la mujer de Betania, “no ha temido 'derrochar' invirtiendo lo mejor de sus recursos para expresar su estupor adorante frente al don inconmensurable de la Eucaristía” (ivi, n. 48). La liturgia exige lo mejor de nuestras posibilidades, para glorificar a Dios Creador y Redentor.
En el fondo, el cuidado atento de las iglesias y de la liturgia debe ser una expresión de amor por el Señor. Incluso en un lugar donde la Iglesia no tenga grandes recursos materiales, no se puede descuidar este deber. Ya un papa importante del siglo XVIII, Benedicto XIV (1740-1758) en su encíclica Annus qui (19 de febrero de 1749), dedicada sobre todo a la música sacra, exhortó a su clero a que las iglesias estuviesen bien mantenidas y dotadas de todos los objetos sagrados necesarios para la digna celebración de la liturgia: “Debemos subrayar que no hablamos de la suntuosidad y de la magnificiencia de los sagrados Templos, ni de la preciosidad de los sagrados adornos, sabiendo también Nos que no se pueden tener en todas partes. Hemos hablado de la decencia y de la limpieza que a nadie es lícito descuidar, siendo la decencia y la limpieza compatibles con la pobreza”.
La Constitución sobre la sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II se pronunció de un modo similar: “al promover y favorecer un arte auténticamente sacro, busquen más una noble belleza que la mera suntuosidad. Esto se ha de aplicar también a las vestiduras y ornamentación sagrada” (Sacrosanctum Concilium, n. 124). Este pasaje se refiere al concepto de la “noble sencillez”, introducido por la misma Constituciónen el n. 34. Este concepto parece originario del arqueólogo e historiador del arte alemán Johann Joachim Winckelmann (1717-1768), según el cual la escultura clásica griega se caracterizaba por “noble sencillez y serena grandeza”. Al inicio del siglo XX el conocido liturgista inglés Edmund Bishop (1846-1917) describía el “genio del Rito Romano” como distinguido por la sencillez, sobriedad y dignidad (cf. E. Bishop, Liturgica Historica, Clarendon Press, Oxford 1918, pp. 1-19). A esta descripción no le falta mérito, pero hay que estar atentos a su interpretación: el Rito Romano es “sencillo” frente a otros ritos históricos, como los orientales, que se distinguen por su gran complejidad y suntuosidad. Pero la “noble sencillez” del Rito Romano no se debe confundir con una malentendida “pobreza litúrgica” y un intelectualismo que pueden llevar a arruinar la solemnidad, fundamento del Culto divino (cf. la contribución esencial de santo Tomás de Aquino en la Summa Theologiae III, q. 64, a. 2; q. 66, a 10; q. 83, a. 4).
De estas consideraciones resulta evidente que las vestiduras sagradas deben contribuir “al decoro de la acción sagrada” (Ordenamiento General del Misal Romano, n. 335), sobre todo “en la forma y en la materia usada”, pero también, aunque de forma mesurada, en los ornamentos (ivi, n. 344). El uso de las vestiduras litúrgicas expresa la hermenéutica de la continuidad, sin excluir ningún estilo histórico particular. Benedicto XVI proporciona un modelo en sus celebraciones, cuando viste tanto las casullas de estilo moderno como, en alguna ocasión solemne, las “clásicas”, usadas también por sus predecesores. Así se sigue el ejemplo del escriba, convertido en discípulo del reino de los cielos, comparado por Jesús con un cabeza de familia que saca de su tesoro nova et vetera (Mt 13,52).

Un libro sobre la Generación JMJ

25 años de la Jornada Mundial de la Juventud, 25 historias personales
Madrid acogerá el encuentro para jóvenes más importante del mundo, convocado por Benedicto XVI. La capital española  espera a dos millones de personas de todo el mundo para participar en la XXVI Jornada Mundial de la Juventud.
Muchos de estos jóvenes han visto transformadas radicalmente sus vidas y lo atribuyen a la participación en estos encuentros, son la Generación JMJ. Se acaba de editar un libro que retrata a esta generación a través de testimonios y trata de responder a los interrogantes que suscitan estos encuentros.
Después de 25 años de jornadas dedicadas a los jóvenes en la Iglesia ¿qué siguen buscando tantos de ellos? ¿Por qué les atrae el mensaje de la Iglesia católica? ¿Qué se hace en un evento como este? ¿Para qué sirve? ¿Quiénes los iniciaron?
Un libro recién editado por Cobel, cuya autora es Cristina Larraondo Erice, se recoge 25 testimonios que revelan la existencia de una auténtica revolución en el seno de la Iglesia. Millones de jóvenes han participado ya en las JMJ y su vida ha cambiado. Entre otros, se recoge el testimonio de un matrimonio holandés, un sacerdote japonés, una estudiante norteamericana, una religiosa contemplativa española, una política de Mali, un seminarista británico, una ejecutiva de Indonesia, un periodista de Togo. Todos ellos pertenecen a la Generación JMJ.
El libro incluye el testimonio inédito del único obispo que ha organizado dos JMJ y participado en este acontecimiento desde sus orígenes: el cardenal arzobispo Antonio María Rouco de Madrid.
En el capítulo tres, se relata la historia de un matrimonio holandés cuyo mutuo amor surgió a orillas del Rin, en la JMJ de Colonia 2005. Son Pascal y Eva Kolk, 34 y 29 años. Eva dejó la práctica católica a los quince años y a los diecisiete dejó de estudiar aunque seguía en búsqueda.
Un día decidió hacer el Stille Omgang por Amsterdam, un recorrido que en el siglo XVI sustituía a las procesiones católicas cuando fueron prohibidas tras la reforma protestante. Rezó a Dios y le pidió que le mostrara el sentido de su vida. Se dio cuenta de que quería ser policía y empezó de nuevo a estudiar. Se siente feliz en su profesión.
Un día de enero de 2005, su abuela Grard le dijo si le gustaría asistir a la JMJ de agosto en Colonia.
“Es una mujer muy religiosa y me confesó –relata Eva- ¡que le encantaría ser más joven para acudir al encuentro con el Papa! Quería que yo pudiese disfrutar de una experiencia así y me prometió que me pagaría el viaje. Pero hacía muchos años que yo no ponía un pie en la iglesia y le dije que no me apetecía ir”.
A los pocos días, repensó la invitación y se dijo que no tenía nada que perder y que, si no le gustaba el ambiente, volvería a Holanda. Sus amigos empezaron a gastarle bromas cuando se lo contó. Se apuntó al plan conjunto de su diócesis, Rotterdam, y la de Haarlem. Realizarían el viaje en barco.
Cuando llegó el momento de zarpar, se encontró con la sorpresa de que en el barco ¡viajaban más de doscientos jóvenes! Les dividieron en pequeños grupos con un responsable cada uno. El jefe de su grupo era su párroco, al que no conocía. Empezaron a tener reuniones en las que compartían “sin rubor –subraya Eva--, a pesar de que no nos habíamos visto antes, sentimientos íntimos, dudas de fe, inquietudes… Yo era la única que tenía una noción muy precaria de la fe católica, pero todos me acogieron muy bien y me hicieron sentir muy a gusto”.
“Pronto me fijé en un chico, Pascal, pero decidí no interesarme demasiado por él porque estaba un poco harta de los hombres. Mi experiencia del amor no había sido buena, siempre había terminado herida y ahora prefería estar sola. Además, en Colonia quería centrar mi vida en otros aspectos. Pero Pascal y yo conectábamos muy bien y nos reíamos mucho juntos. Cuando comenzó a preguntarme demasiadas cosas personales le dejé claro que aquel no era el momento adecuado para el amor. Enseguida me arrepentí porque empezaba a sentir algo muy fuerte por él”, relata Eva.
El 17 de agosto, víspera de la llegada del Papa, decidieron escaparse a comer a un restaurante de comida rápida. Hablaron de todo menos de sus sentimientos. “Yo tenía miedo de dar el primer paso y ser rechazada por él. Pero, de vuelta al barco, sucedió lo inevitable y nos cogimos de la mano. Desde entonces Pascal y yo no nos hemos separado. Nos casamos el 4 de septiembre de 2008”.
Benedicto XVI entró en Colonia en un barco que pasó muy cerca del suyo, así que le pudo ver muy bien. “Fue un momento increíble: el sol brillaba en el cielo, miles de personas le esperaban en las orillas del Rin, jóvenes sonrientes cantaban y le aclamaban a su paso”.
“La JMJ de Colonia me cambió totalmente. Practicar la fe no siempre es fácil para mí; en ocasiones la veo como una lucha demasiado dura. Pero en la JMJ comprendí que Dios siempre está ahí, y que ha estado junto a mí durante toda mi vida aunque yo le había ignorado porque pensaba que no le necesitaba. Mi abuela tuvo mucho ojo: sabía que yo no era feliz y quiso que experimentara la alegría de la fe. Le estoy muy agradecida porque, además, por su empeño conocí a Pascal, el amor de mi vida”, concluye Eva.
Pascal, nació en 1976 en Amsterdam y trabaja en un banco holandés. Es católico practicante desde siempre, aunque su fe, relata, “se ha movido como el vaivén de una ola”. “Unas veces ha sido importante en mi vida, otras menos; en ocasiones me ha supuesto mucho esfuerzo practicarla, en otras ha sido una bendición”.
En 2004, hubo en su ciudad una gran campaña publicitaria de la JMJ de Colonia. Pascal estuvo en las de París y Toronto, así que no veía la necesidad de ir a una tercera. Pero, según se acercaba la fecha, le entró el gusanillo “¡y en el último momento me apunté con el grupo de mi diócesis!”, relata.
“No tenía novia: las cosas no me habían ido muy bien en ese sentido en los últimos años”, dice. En el barco, le impresionaron “los testimonios de vida tan sinceros que los diez jóvenes de mi equipo iban contando a los demás, a los que apenas conocían”. “Una de las chicas del grupo era Eva: desde el primer momento nos encontramos muy a gusto juntos”, reconoce.
Pascal añade a lo que relata su esposa: “Ambos queríamos tener alguna prueba de que estábamos hechos el uno para el otro. Puede parecer una tontería pero a Eva, que le encantan las mariposas, no le pasaron desapercibidas unas cuantas que volaron varias veces a nuestro lado… ¡algo realmente extraño en pleno mes de agosto en Colonia! Y en cuanto a mí, que soy fan de los tractores, me pareció increíble que, cada vez que me sentaba con Eva junto al Rin, ¡pasaban barcos cargados con tractores!”.
“Fuera de bromas, los dos estamos seguros de que fue Dios quien nos puso juntos en el camino en cuanto le abrimos nuestros corazones”.
“Vivir una JMJ enamorado fue una experiencia maravillosa. Nunca olvidaré la primera misa en la que estuvimos juntos como pareja: recuerdo el precioso sermón del obispo de Paramaribo, Surinam –recuerda--. Sus palabras, junto con mis sentimientos hacia Eva, me llenaron de una enorme alegría. Tres años después nos casó el sacerdote guía de nuestro grupo”.
“Es una suerte compartir la fe con mi esposa: es un valor añadido a nuestro matrimonio. En la JMJ descubrí también que hay muchos jóvenes en el mundo dichosos de vivir la fe católica; saber que ellos están ahí, que yo no estoy sólo, me llena de fuerza cada día”.

jueves, 20 de enero de 2011

Mujeres iluminando el mundo

Sheila Morataya-Fleishman

ILUMINAR: alumbrar, dar luz.
Sinónimo: ilustrar, esclarecer, aclarar, inspirar.

Mujeres iluminando el mundo, ¿qué te dice? ¿en qué piensas? ¿Qué es ser "mujer" en nuestros días, y ¿qué es iluminar ? Te invito, a que con calma reflexionemos a través de la historia:

-César en el siglo I antes de C. pensaba que un millón y medio de galos muertos no era un precio demasiado alto para reinar en Roma.
-En 1917 Lenin, pensaba que seis millones de muertos no era un precio demasiado alto para la revolución.
-En 1945 Adolfo Hitler, pensaba que seis millones de judíos muertos no eran un precio demasiado alto para mantener "pura" la raza.
-Entre 1939 y 1945 los nacionalistas pensaban que cincuenta millones de muertos en una guerra mundial no era un precio demasiado alto para la supremacía de Alemania.
-En 1991 cien mil mujeres y niños árabes muertos no parecen ser un precio demasiado alto para las ideas norteamericanas de un "nuevo orden" en el Golfo.
En el Sudán cientos de niños hambrientos, caminan casi sin poder sostenerse en sus piernas para poder ser admitidos en uno de los centros de alimentos. El que sea admitido o no, determinará su supervivencia o muerte. La guerra civil lleva 15 años y nunca, como a las puertas del nuevo siglo habrá mayor cantidad de hambrientos en el mundo.

Estas son sólo algunas de las guerras por las cuáles la humanidad ha tenido que pasar en nuestro siglo y en los anteriores en nombre de la paz. Para hablar de revolución interna y de revolución en el corazón de una mujer es preciso colocarla antes frente a su realidad, no únicamente su entorno, su país, sino su realidad a nivel de la humanidad. Para poder iluminar el mundo, iluminarlo de verdad es preciso llegar a las raíces de nuestra misma humanidad y analizar como el mismo hombre a través de los siglos ha ido causando su propia destrucción. En el caso de la mujer en específico, la vida moderna y el desarrollo material han provocado cambios importantes. La mujer es quien ha sido más liberadas pero al mismo tiempo reprimida y mal encauzada. Para volver a nuestra identidad y ser efectivas en nuestro papel como tales necesitamos conocer nuestra naturaleza y nuestra especial vocación.

Sólo así podremos dar al mundo nuevas generaciones cuya característica innata será el amor.

“El desarrollo personal es un compromiso mucho más alto que el sacrificio personal. Lo que más ha retrasado y milita aún contra el desarrollo femenino es el auto-sacrificio.” - Elizabeth Stanton

¿Es el auto-sacrificio una cuestión de modernidad?

“…el click: el reconocimiento, ese paréntesis de verdad que completa el rompecabezas de la realidad en la mente y en el corazón de una mujer; el momento que hace desatar una carga eléctrica a lo largo de tu cuerpo, despierta a nuestra alma e indica que la revolución ha comenzado.” - Sheila Morataya - Fleishman.
¿Estoy consciente de mi compromiso para con la sociedad?

“Desde el momento que el alma de una mujer tiene la gracia de conocer a Dios debe buscar.” - Teresa de Calcuta.
¿Cómo estoy buscando a Dios en mi vida diaria?

“Ahora todo se fusiona, cae en su lugar, desde el deseo hasta la acción, la palabra al silencio, mi trabajo, mi tiempo, mi rostro reunidos en un solo intenso gesto de crecer como una planta.” - May Sarton.

¿Cuánto medito cada día para hacer del mundo un lugar espléndido y soberano?

“Estamos en el mundo para servir a la humanidad.” - Edith Stein.

¿Cómo estoy haciendo para hacer esto realidad en la vida de los míos?

La autora norteamericanana, Joan Borysenko en su libro “A woman"s Book of life” hace una investigación profunda dentro de la psicología, biología y espiritualidad de la mujer. Se le hizo la siguiente pregunta a más de diez mil mujeres: Si pudieras retroceder el tiempo de tu vida y usar mejor tu juventud, ¿qué pedirías? La respuesta fue una: sabiduría para poder tomar las decisiones que siempre afectarán a otros. La sabiduría, es algo que debemos pedir constantemente a Dios en nuestras oraciones o meditaciones personales. La mujer de hoy, muchas veces está sumergida en ella misma y se olvida de su deber social más grande: servir a la humanidad. A todas nos une esa especial espiritualidad que sobrepasa las barreras religiosas y que se convierte en una potencia iluminadora que va más allá de las fronteras que nos separan.
La gran labor de nuestra vida consiste en algo mucho más importante que ganar dinero; encontrar una pareja; tener una carrera; criar niños; estar guapa; alcanzar la salud psicológica o desafiar el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. La gran tarea que nos aguarda es el reconocimiento de lo sagrado de nuestra misión cotidiana, día a día, vivir conscientemente y con una expresión de profunda gratitud por las maravillas de Dios y su Creación.

lunes, 17 de enero de 2011

Beatificación de Juan Pablo II, acontecimiento sin precedentes

Por Giovanni Maria Vian


La beatificación de Juan Pablo II, que su sucesor presidirá en el aniversario litúrgico de su muerte, es un acontecimiento histórico sin precedentes. En realidad, es preciso remontarse al corazón de la Edad Media para encontrar ejemplos análogos, pero en contextos no comparables a la decisión de Benedicto XVI: en los últimos diez siglos ningún Papa ha elevado al honor de los altares a su inmediato predecesor.

Pietro del Morrone (que fue Celestino V) fue canonizado en 1313, menos de veinte años después de su muerte, por su tercer sucesor; más de dos siglos antes se reconoció casi inmediatamente la santidad de León IX y de Gregorio VII, que murieron respectivamente en 1054 y 1085. No por casualidad al inicio de aquel papado reformador celebrado pocos decenios más tarde en el oratorio lateranense de San Nicolás a través de la representación de algunos Pontífices contemporáneos definidos cada uno sanctus.

Sobre la sobriedad hagiográfica de la Iglesia romana -que venera como santos casi sólo a los papas de la edad más antigua- intervinieron después las modificaciones innovativas de la modernidad, con las decisiones tomadas en los últimos treinta años del siglo XIX y luego, sobre todo, con las de Pío XII y del propio Juan Pablo II. Así se reconoció el culto de algunos Pontífices medievales y fueron elevados al honor de los altares Pío X, el último Papa santo, Inocencio XI, Pío IX y Juan XXIII.

En el centro de toda causa de beatificación y canonización está exclusivamente la ejemplaridad de la vida de quien, con expresión de la Sagrada Escritura, es definido al servicio de Dios. Para asegurar a la historia -como dijo Pablo VI al anunciar la introducción de las causas de sus dos predecesores inmediatos- "el patrimonio de su herencia espiritual", más allá de "cualquier otro motivo que no sea el culto de la verdadera santidad, es decir, la gloria de Dios y la edificación de su Iglesia".

Y auténtico servidor de Dios fue Karol Wojtyla, testigo apasionado de Cristo desde su juventud hasta su último aliento. Muchísimos, incluso no católicos y no cristianos, se dieron cuenta de esto durante su vida ejemplar; esto lo documenta su testamento espiritual, escrito en varias etapas en los años de pontificado; por esto ya el 28 de abril de 2005, menos de un mes después de su muerte, su sucesor dispensó de los términos prescritos para el inicio de la causa; y por esto ha decidido presidir su beatificación: para presentar al mundo el modelo de la santidad personal de Juan Pablo II.