martes, 28 de diciembre de 2010

Que disfrutes de los recursos!!!!



En este humilde blog, que por cierto, por falta de tiempo no he podido actualizar todo lo que quisiera, ya contas con algunos recursos que te podrían ayudar en la pastoral o simplemente para tener un momento de reflexión o silencio interior, cliklealos y descargalos que están ahi para vos...


Ahhh y para aquellos o aquellas que se quedaron con las ganas de escuchar la canción Por ser mujer

aqui la tienes.. MUJER Y DIOS

 

martes, 2 de noviembre de 2010

La muerte, ¿tragicomedia o realidad esperanzada?

Por monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos

Nosotros celebramos el cumpleaños el día de nuestro nacimiento. Y, cuando se pregunta a los feudos por la fecha de nacimiento del familiar difunto, remiten también a ese día. La Iglesia, en cambio, procede de otro modo. Para ella, "el día del nacimiento" de sus hijos -el dies natalis- es el día de la muerte. Eso explica que cuando declara que alguno de ellos es santo, fija su celebración el día de su muerte, no el de su nacimiento.
Este modo de proceder no es una rareza ni un afán de singularizarse, sino que responde a la idea que ella tiene de la muerte. La Iglesia es consciente de que el hombre, como todos los seres vivos de la tierra, cambia con el paso de los años, envejece y, al final, siente en su carne la muerte corporal. Pero ella, a diferencia de quienes tienen una concepción materialista del mundo y del hombre, profesa que la muerte no es el final del hombre sino el final de su etapa terrena y de su peregrinación por este mundo. Es el final del caminar terreno pero no el final de nosotros mismos, de nuestro ser: nuestra alma es inmortal y nuestro cuerpo está llamado a la resurrección al final de los tiempos.
La concepción que la Iglesia tiene de la muerte es, pues, profundamente esperanzada. Me atrevería a decir que es incluso gozosa. Ella no ve en la muerte una tragedia que nos destruye y sepulta en el reino de la nada, sino la puerta que nos abre a una nueva vida; vida que no tendrá fin. Por eso, el máximo enigma de la vida humana, que es la muerte, queda iluminado con la certeza de una eternidad con Dios. Apoyada en esta certeza creó muchos usos y prácticas funerarias. Por ejemplo, sustituyó el término "necrópolis" -"ciudad de los muertos"- que encontró en el ámbito del imperio grecorromano, por el de "cementerio" o "dormitorio". En esa perspectiva llegó a sustituir el mismo término "muerte" por el de "sueño". Las personas no se morían sino que se dormían.
Por esa misma razón trató con gran respeto a los cadáveres. Algunas de esas muestras perduran hasta el día de hoy, como la de rociarlos con agua bendita y perfumarlos con incienso. La misma costumbre de inhumar y no quemar los cadáveres arranca de esta misma concepción antropológica. De hecho, aunque hoy permite la cremación de los cadáveres, sin embargo exige que esa elección no se haga por razones contrarias a la fe cristiana, a la cabeza de las cuales se encuentra la resurrección de los muertos.
Esta idea de la vida y de la muerte del hombre es una fuente inagotable de consuelo. Una esposa o una madre, por ejemplo, dicen a su cónyuge o a su hijo mas que "adiós", "hasta luego" o "hasta pronto", sabedores de que un día volverán a encontrarse. El ramo de flores que depositamos en la tumba de nuestros antepasados, expresa nuestro convencimiento de que ellos perviven y de que nosotros nos sentimos unidos a ellos con vínculos realísimos. Lo mismo ocurre con el diálogo que tantas veces mantenemos con ellos: no es un sentimentalismo vano, sino que responde a una realidad muy profunda.
La comunión de vida, afectos y creencias que hemos mantenido en la vida, no se destruyen sino que se subliman; por eso, rezamos por nuestros difuntos y por eso rezamos a nuestros difuntos. Esta comunión es particularmente intensa en la celebración de la Eucaristía, pues en ella nos unimos con vínculos especiales todos los que somos miembros de Cristo, con independencia de que peregrinemos todavía en este mundo o hayan llegado ya al final y se purifiquen o gocen de la visión de Dios.
La muerte no es nunca una comedia. Menos todavía, una tragicomedia. Para quienes creemos en Jesucristo una puerta de fe y esperanza que nos introduce en el encuentro definitivo con él y con todos los que hemos estado unidos aquí abajo. Sólo por esto vale la pena ser cristiano.

Silenciar la voz de la religión

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

VER

Estamos enfrascados en una serie de discusiones repetitivas sobre el papel de la religión en la vida pública, en la política y la economía, en los ámbitos legislativos y judiciales, en la educación y en los medios de comunicación. Son frecuentes las acusaciones a nuestra Iglesia de querer imponer dogmas y normas al país, de pretender intervenir en asuntos políticos, de violar el Estado laico, de no respetar la separación Iglesia-Estado, y nos recuerdan lo dicho por Jesús de que "al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios", como si les importara mucho la Palabra de Dios, o como si nosotros fuéramos los desobedientes al mandato divino, o como si nos tuviera que dejar inactivos y callados la pretensión de algunos césares actuales (gobernantes, líderes políticos y legisladores) de creerse dioses, ante quienes todos deben doblar la rodilla. Ellos son los primeros en no darle a Dios lo que es de Dios.
Es más frecuente la postura de aquellos que siguen defendiendo que su fe es para su vida privada y que nada tiene que ver con el ejercicio de sus funciones públicas. Lo dicen con una real convicción, como si conocieran muy a fondo lo que implica la fe cristiana, que no se puede encerrar en el círculo íntimo de la conciencia y del hogar, sino que engloba toda la vida, todos los criterios y todos los comportamientos. Esto parece más bien fruto de ignorancia religiosa o de conveniencia electorera.

JUZGAR
En su muy reconocido discurso ante el Parlamento británico, el Papa Benedicto XVI expresó: "El mundo de la razón y el mundo de la fe -el mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas- necesitan uno de otro y no deberían tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización.
En otras palabras, la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate nacional. Desde este punto de vista, no puedo menos que manifestar mi preocupación por la creciente marginación de la religión, especialmente del cristianismo, en algunas partes, incluso en naciones que otorgan un gran énfasis a la tolerancia. Hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie, o al menos que se relegue a la esfera meramente privada. Hay quienes esgrimen que la celebración pública de fiestas como la Navidad debería suprimirse según la discutible convicción de que ésta ofende a los miembros de otras religiones o de ninguna. Y hay otros que sostienen -paradójicamente con la intención de suprimir la discriminación- que a los cristianos que desempeñan un papel público se les debería pedir a veces que actuaran contra su conciencia. Éstos son signos preocupantes de un fracaso en el aprecio no sólo de los derechos de los creyentes a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa, sino también del legítimo papel de la religión en la vida pública. Quisiera invitar a todos ustedes, por tanto, en sus respectivos campos de influencia, a buscar medios de promoción y fomento del diálogo entre fe y razón en todos los ámbitos de la vida nacional" (17-IX-2010).
Y en su encuentro con la Reina Isabel II, dijo: "Al reflexionar sobre las enseñanzas aleccionadoras del extremismo ateo del siglo XX, jamás olvidaremos cómo la exclusión de Dios, de la religión y de la virtud en la vida pública, conduce finalmente a una visión sesgada del hombre y de la sociedad y, por lo tanto, a una visión restringida de la persona y de su destino" (16-IX-2010).

ACTUAR
Alentamos a los que tienen responsabilidades políticas y sociales, si se reconocen creyentes en Cristo, que se acerquen más a El ahora, y no se queden con el Bautismo y quizá la Primera Comunión de cuando eran niños. Que lo conozcan y se relacionen más con El. El no es enemigo, sino amigo, camino, verdad, luz y vida. No escondan su creencia, sino demuéstrenla, no sólo participando en la Misa dominical y en otros ritos, sino sobre todo ejerciendo la justicia social, amando por encima de todo la verdad, venciendo la corrupción, dialogando con quienes piensan distinto, para llegar a acuerdos consensuados, amando y sirviendo a los pobres.




lunes, 6 de septiembre de 2010

La Jornada Mundial de la Juventud en Madrid renovará la Iglesia


Entrevista del ZENIT.org con el sacerdote que organiza desde Roma esas Jornadas Mundiales de 2011
En virtud de este cargo, el sacerdote francés Eric Jacquinet, está dando seguimiento desde el Vaticano a la preparación de esas Jornadas que tendrán lugar el próximo mes de agosto.

--El Papa ha escrito una encíclica sobre la caridad y una sobre la esperanza, ¿por qué ha optado ahora por afrontar con los jóvenes el tema de la fe?
--Padre Eric Jacquinet: El Papa presta mucha atención a la situación de los jóvenes en el contexto actual. Sabe que la juventud es un período caracterizado por grandes aspiraciones. En este sentido, ofrece un testimonio personal muy impactante, en este mensaje, recordando su propia juventud, su aspiración a una vida grande y bella, en momentos de la dictadura del nacional-socialismo. Ahora constata que muchos jóvenes están desilusionados y sin puntos de referencia para edificar sus vidas. Y el Santo Padre está convencido de que es el resultado de una cultura occidental marcada por tres males: el eclipse del sentido de Dios, el relativismo y el nihilismo. Como respuesta, el Papa ofrece a los jóvenes una visión positiva de la existencia, basada en la fe en Dios.

--¿Cómo articula el Papa esta propuesta?
--Padre Eric Jacquinet: Para hablar de la fe, el Papa utiliza dos imágenes presentes en el tema: la del árbol arraigado y la de la casa edificada sobre cimientos. Así como el árbol necesita raíces para vivir y resistir a la intemperie, del mismo modo el Papa invita a los jóvenes a encontrar en Cristo el manantial de su vida. Y así como la casa sólo es sólida si se basa en cimientos estables, del mismo modo nuestras vidas sólo se edifican de manera duradera sobre la Palabra de Dios, acogida con la Iglesia. La fe en la Palabra de Cristo es, por tanto, el antídoto a los venenos del eclipse de Dios, del relativismo y del nihilismo, con su cohorte de consecuencias negativas para la vida de los jóvenes. El Papa les exhorta a entrar en comunión profunda con Cristo, en quien encontrarán la vida.

--¿Cuál es, según usted, el punto clave de este mensaje del Papa a los jóvenes del mundo?
--Padre Eric Jacquinet: El tema de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid está tomado de la carta de Pablo a los Colosenses, pues éstos estaban contaminados por filosofías religiosas que desviaban a los cristianos del Evangelio. El Papa constata que nos encontramos en la misma situación. Una corriente laicista quiere excluir a Dios de la vida pública y corrientes religiosas anuncian una felicidad sin Cristo. Como hacía san Pablo, el Papa recuerda que el camino de la felicidad pasa por la salvación de la Cruz de Cristo y que las demás propuestas no son más que ilusiones. Benedicto XXVI lleva, por tanto, a los jóvenes a encontrar a Cristo en la Cruz, con palabras muy fuertes: "la cruz a menudo nos da miedo, porque parece ser la negación de la vida. En realidad, es lo contrario. Es el 'sí' de Dios al hombre, la expresión máxima de su amor y la fuente de donde mana la vida eterna [...] Por eso, quiero invitaros a acoger la cruz de Jesús, signo del amor de Dios, como fuente de vida nueva". Luego mostrará cómo el apóstol Tomás, que nos representa muy bien, pasó de la duda a la fe en Cristo muerto y resucitado.

--¿Cómo pueden llevar a la práctica los jóvenes durante este año la enseñanza del Papa?
--Padre Eric Jacquinet: Durante todo este año, se invita a los jóvenes a reunirse en grupos pequeños, en sus parroquias, capellanías, movimientos, grupos de oración, para meditar esta carta. ¿Por qué no leer un párrafo al mes, pidiendo a cada joven que reflexione con anticipación sobre algunas preguntas para dejar espacio después a un momento de intercambio?

--En el año 2010, la Jornada Mundial de la Juventud ha celebrado sus 25 años: Benedicto XVI ve "una iniciativa profética que ha dado abundantes frutos". ¿Cuáles son estos frutos?
--Padre Eric Jacquinet: Los frutos son muy numerosos. Ante todo, para algunos jóvenes, son un lugar de experiencia espiritual, de descubrimiento de la presencia de Cristo vivo. Por otra parte, es una experiencia eclesial muy fuerte. Encontramos a jóvenes católicos, sólidamente arraigados en Cristo, procedentes del mundo entero. Los sacerdotes y obispos (que ofrecerán las catequesis) también se acercan a los jóvenes. Esto refuerza considerablemente el lazo de los jóvenes con Cristo y con la Iglesia. Y muestra al mundo entero una imagen renovada y hermosa de la Iglesia. De hecho, las Jornadas Mundiales de la Juventud existen porque hay jóvenes que se comprometen como voluntarios de toda la organización, ya sea en el país de origen, ya sea en el país de acogida. Estos jóvenes luego siguen comprometiéndose al servicio en la Iglesia. Las Jornadas Mundiales de la Juventud han generado, también, numerosas vocaciones consagradas y sacerdotales. Por último, se puede decir que para el país de acogida, la Jornada Mundial de la Juventud es una gran bendición. Dado que exigen el compromiso de todas las realidades eclesiales, la Jornada Mundial de la Juventud es la oportunidad para una renovación profunda de la Iglesia, de las parroquias, de los grupos de jóvenes, en el país de acogida.
--A veces se dice que las Jornadas Mundiales de la Juventud son un acontecimiento puntual, pero sin proyección ni continuidad posterior. Usted, ¿qué piensa?
--Padre Eric Jacquinet: En el Evangelio, los encuentros de los discípulos con el Resucitado son acontecimientos puntuales, de duración corta, pero que sin embargo han cambiado la vida de los discípulos y han dado fruto para la historia del mundo. Puede suceder lo mismo con algunos acontecimientos eclesiales, como es la Jornada Mundial de la Juventud. Además, cada Jornada Mundial de la Juventud no es un simple acontecimiento de cinco días. Es un proceso que se desarrolla en uno o dos años de preparación y que luego da frutos, si se saben recoger. En general, se puede decir que, durante estos 25 años, las Jornadas Mundiales de la Juventud han contribuido realmente a la formación de nuevas generaciones de católicos, que hoy están comprometidas en la Iglesia y en la sociedad. Y esto tiene un impacto mensurable en algunos lugares.

--¿Cómo se desarrollarán las Jornadas Mundiales de la Juventud?
--Padre Eric Jacquinet: La apertura tendrá lugar el martes, 16 de agosto, con una misa presidida por el arzobispo de Madrid, el cardenal Antonio María Rouco Varela. El papa llegará el jueves, 18 de agosto. En las mañanas del miércoles, jueves y viernes tendrán lugar las catequesis, en unos 300 lugares, por grupos lingüísticos. El viernes, tendrá lugar el Vía Crucis, que sin duda será muy emocionante, como en cada ocasión. El festival de la juventud propondrá actividades culturales (exposiciones, espectáculos, debates, encuentros) todas la noches. El sábado por la noche, será el momento de la gran vigilia de oración y el domingo por la mañana, 21 de agosto, la misa de clausura. ¡No nos vamos a aburrir!

--El Papa sabe que habrá muchos jóvenes en Madrid. ¿Cómo inscribirse?
--Padre Eric Jacquinet: Es muy sencillo. La página web oficial (http://www.madrid11.com) permite inscribirse en grupo desde el 1 de julio. La idea es alentar a todos los jóvenes a unirse a un grupo, allí donde están, para viajar juntos. Puede ser un grupo de la parroquia o de la diócesis. También hay movimientos, comunidades y asociaciones que proponen viajar con ellos. Estos grupos proponen una primera escala en una diócesis española, en los días precedentes a la Jornada Mundial de la Juventud, para participar en un primer encuentro, acogidos en las parroquias y las familias, hasta el 15 de agosto. Todos los grupos se dirigirán luego a Madrid.

Santuarios marianos


El día 8 de setiembre se celebra la fiesta de la Natividad de la Virgen María, popularmente conocida como la Virgen de setiembre o también como la fiesta de las Vírgenes encontradas, aludiendo al hecho de que muchos santuarios marianos celebran el 8 de setiembre su fiesta patronal.

Estos santuarios marianos no son tan sólo vestigios del pasado. Tienen mucha vida. La gente acude a ellos, porque los sienten como una realidad espiritual muy propia, muy suya, como lo fue de sus antepasados, de sus abuelos y de sus padres. Nuestros cristianos visitan aquellos lugares sagrados y gustan de celebrar en ellos su fe y los acontecimientos más importantes de su vida cristiana.

En los santuarios marianos, la Virgen María está atenta a las peticiones de los peregrinos, los acoge e intercede eficazmente por ellos. Es muy normal encontrar allí exvotos que manifiestan muy bien esta actitud maternal de María hacia todos sus hijos.

Estos templos, como presencia de la Iglesia, contribuyen a la evangelización. Los visitan, también, personas no creyentes o bien alejadas de la Iglesia. Por ello, desde los santuarios, se debe intensificar todo aquello que pueda ayudar a ser más conscientes de la motivación religiosa y evangélica de las visitas.

En las bodas de Caná, María pidió la intervención eficaz de Jesús ante el problema de aquellos nuevos esposos: "No tienen vino". En Caná de Galilea tan sólo aparece un aspecto concreto de la indigencia humana, aparentemente pequeño y de poca importancia: faltaba el vino en el banquete. Pero esto tiene un valor simbólico. En los santuarios se presentan a María otras necesidades materiales y espirituales. María se sitúa entre su Hijo y las personas en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se sitúa en medio, o sea, hace de mediadora. María intercede por nosotros.

Como en las bodas de Caná, María, de una u otra manera, dice a todos los peregrinos y visitantes: "Haced todo lo que Jesús os diga". María nos trae a Jesús y nos acerca a Él. Por ello, conviene redescubrir el sentido humano y cristiano de los santuarios marianos de nuestra tierra para poder visitarlos, buscando en ellos momentos de silencio, de reflexión y de oración, todo eso que el hombre de hoy no encuentra fácilmente en medio del ritmo estresado de la vida que lleva.

La fiesta del nacimiento de María se sitúa en el inicio de la presencia más plena de Dios en el camino humano. La Natividad de María nos anuncia ya el nacimiento del Salvador, la alegría de la Navidad. El nacimiento de la Madre, anuncia ya - como la aurora anuncia el día- el nacimiento del Hijo. El corazón y la mirada amorosa de María, el corazón y la mirada amorosa que acogieron al Hijo de Dios en este mundo, se dirige también hacia nosotros.

Una de las oraciones de la misa del 8 de setiembre, con la magnífica sobriedad de la liturgia romana, pide que "se alegre tu Iglesia y se goce en el Nacimiento de la Virgen María, que fue para el mundo esperanza y aurora de salvación".

martes, 31 de agosto de 2010

Madre Teresa, icono de la unidad

Fue un 26 de agosto de 1910... ¡Se cumplen cien años! La que conocemos como "Madre Teresa de Calcuta", nacía en Skopje y era bautizada con el nombre de Gonxha Agnes.
La identidad de Madre Teresa queda inequívocamente expresada en aquellas palabras suyas: "De sangre soy albanesa. De ciudadanía, india. En lo referente a la fe, soy una monja católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús".
Afortunadamente, el legado de la Madre Teresa hacia los más pobres de entre los pobres, es muy conocido. La obra por ella fundada, las Misioneras de la Caridad, continúa su carisma. Actualmente cuentan con 4.800 religiosas y 757 casas en 145 países. Jamás en toda la historia de la Iglesia se había producido una extensión tan rápida de una orden religiosa... Pero quisiera en el presente artículo referirme exclusivamente al destacadísimo legado "ad intra" que Madre Teresa nos ha dejado en la Iglesia Católica.
En los años posteriores al Concilio Vaticano II se confrontaron en el seno de la Iglesia dos concepciones que parecían irreconciliables: ¿La Iglesia Católica debía de apostar por la defensa de la ortodoxia, conservando la fe y las costumbres transmitidas por la Tradición; o por el contrario, debía centrarse en la opción por los pobres y los marginados? ¿El futuro modelo de sacerdote habría de cuidar respetuosamente de la liturgia y de su vida espiritual; o, más bien, debería estar en medio del mundo e implicado en los problemas terrenales?...
Quienes han accedido a leer directamente los textos del Concilio, saben de sobra que no existe tal dicotomía en el ideal de la Iglesia Católica. La "ortodoxia" (la doctrina recta) y la "ortopraxis" (la praxis recta), lejos de excluirse, se implican y se necesitan mutuamente.
Sin embargo, no podemos negar que en aquel momento concreto existían dos "imágenes" de Iglesia muy contrastadas, y hasta contrapuestas (por desgracia, no parece que el problema esté definitivamente superado). Además de aquella doctrina conciliar íntegra y equilibrada, la Iglesia Católica necesitaba también, como agua de mayo, un "icono" que aunase y conjugase el ideal de la "ortodoxia" y el de la "ortopraxis". Y es que, la confesión de la fe católica y su "traducción" a la práctica de las obras de justicia y caridad, son las dos caras de una misma moneda. Sólo así la doctrina católica muestra toda la belleza de su verdad: cuando la fe se traduce en obras, y cuando éstas tienen en la fe su inspiración y su fuerza... ¡¡Pues he aquí el "icono" de la Madre Teresa!! Ante su testimonio, tantas discusiones y luchas intestinas vividas en los años postconciliares, resultan absolutamente absurdas y superfluas; al comprobar que cuando se alcanza el ideal de la santidad, entonces, y sólo entonces, la verdad y la caridad se conjugan a la perfección. 
Ese gran servicio que Madre Teresa nos ha prestado "ad intra", se concreta también en la búsqueda del bien moral "íntegro" del ser humano. En efecto, es frecuente que caigamos en una especie de "acotaciones" o "reducciones" del mensaje moral cristiano: ¿A qué debemos dar prioridad? ¿A la reivindicación de la condonación de la deuda externa de los países pobres, a la campaña del 0'7%, a la lucha contra el hambre; o, por el contrario, a la defensa de la familia, del derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural y del derecho de los padres a la educación de sus hijos?
Para Madre Teresa jamás existieron esas dicotomías. El bien moral es "uno", y no puede reducirse o fraccionarse. Baste recordar lo sucedido cuando en 1979 la Real
Academia Sueca la distinguió con el Premio Nobel de la Paz. Al solicitarle su consejo para promover la paz en el mundo, ella, pequeña y combativa, respondió: "Id a casa y amad a vuestras familias". La Madre Teresa fue siempre una "apisonadora" de congruencia moral. Para ella no hubo jamás fronteras divisorias entre los distintos campos de la ética.
Otra gran aportación "ad intra" de Madre Teresa, ha sido la integración de la mística cristiana y de la obra social de la Iglesia. Frente a la tentación de una espiritualidad desencarnada, o de una obra social totalmente "horizontalista" y secularizada, ella partía de la profunda experiencia mística, que tuvo en el año 1946, en la que había recibido estas palabras de Cristo: "Mi pequeña, ven, llévame a los agujeros donde viven los pobres. Ven, sé mi luz. No puedo ir solo. Llévame contigo en medio de ellos...". Esa firme convicción sería el fundamento del que fue el lema de su trabajo: "Lo hacemos por Jesús".
En resumen, no son sólo los pobres del mundo quienes agradecen a Madre Teresa su legado, sino que todos en el seno de la Iglesia Católica habremos de estarle eternamente agradecidos por su gran aportación, sin ser ella consciente de ello, en pro de la sanación de tantas heridas y malformaciones que ponen en peligro la unidad de la Iglesia y de la integridad de su mensaje.

La colina de Taizé

Por Giovanni Maria Vian

Era el 20 de agosto de 1940, hace setenta años, cuando Roger Schutz llegó por primera vez a Taizé. En aquel verano de guerra en la Francia sometida por el invasor, ciertamente el joven pastor calvinista suizo no podía imaginar que en un futuro no tan lejano -ya durante la década de 1950- otros jóvenes europeos, muchos y después muchísimos, iban a subir a esa colina en el corazón de Borgoña, en una región rural ondulada y dulce en cuyo horizonte corren a menudo grandes nubes. Al principio llegaban espontáneamente, como él, quizá en autostop, luego de todo el continente en grupos organizados, sobre todo durante el verano o en Pascua.

En el calendario litúrgico el 20 de agosto es la fiesta de san Bernardo, que vivió en Cîteaux, no muy distante de Taizé, que a su vez se encuentra a pocos kilómetros de Cluny: bajo el signo de reformas monásticas que han marcado la historia de la Iglesia. Y ya en 1940 el joven Schutz comenzó a acoger a refugiados y judíos, pensando en un proyecto de vida común con algunos amigos, que inició dos años más tarde en Ginebra por la imposibilidad de quedarse en Francia. Regresó a Taizé durante la guerra, y reanudó la acogida, esta vez de prisioneros alemanes y de niños huérfanos. Quien llega hoy encuentra un pequeño bungalow, un poco más allá de las antiguas casas y la pequeña iglesia románica, rodeada por un minúsculo cementerio, y una acogida que encarna la antigua hospitalidad en el nombre de Cristo inscrita en la Regla de san Benito.

Precisamente la vocación monástica había atraído siempre a Roger y a sus compañeros, todos de origen protestante, pero sensibles a la riqueza de las distintas corrientes cristianas y que se comprometieron ya en 1949 a una forma de vida común en el surco de la espiritualidad benedictina y de la ignaciana, delineada algunos años más tarde en la Regla de Taizé. En ese mismo año el hermano Roger fue recibido por Pío XII junto con uno de sus primeros compañeros, Max Thurian, mientras que desde 1958 sus encuentros con el Papa -Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II, que en 1986 estuvo en la colina- se convirtieron en una costumbre anual, expresando una cercanía que llevó, desde finales de la década de 1960, a la entrada en la comunidad de un número creciente de católicos. Y el hermano Roger, ya varios años antes de su asesinato a manos de una desequilibrada el 16 de agosto de 2005, designó a un joven católico alemán, Alois Löser, como su sucesor en la guía de la comunidad.

En 1962 el prior, con algunos hermanos, comenzó en el más absoluto secreto una serie de visitas a algunos países del Este europeo, mientras que en agosto se inauguró en Taizé una moderna Iglesia de la Reconciliación. Un espacio muy grande -pero que pronto hubo que ampliar, al principio con carpas, para hospedar a las miles de personas que acudían en las semanas de verano- predispuesto para la oración tres veces al día en varios idiomas. Con los largos momentos de silencio y cantos meditativos ahora muy difundidos, estas tres citas diarias eran lo que impresionaba profundamente a quienes llegaban por primera vez a la colina.

Para la apertura de un "concilio de los jóvenes" en agosto de 1974 llegaron a Taizé más de cuarenta mil de toda Europa, alojados en un campamento de tiendas, en una precariedad agravada por una lluvia torrencial. Entre ellos pasaba imperturbable el cardenal Johannes Willebrands, enviado por Pablo VI, hablando con amabilidad a los jóvenes de poco más de veinte años que se le acercaban, manchados de barro y cansados, pero impresionados por la apuesta ecuménica de la comunidad. A ellos, durante décadas, en el surco de la grande tradición cristiana, el hermano Roger dirigía cada tarde una breve meditación, y después de la oración se detenía a acoger y escuchar a quienes querían hablarle o sólo acercarse a él.
Esta fue, en los años de la contestación juvenil y del alejamiento de muchos de la fe, la revolución de Taizé. Lucha y contemplación había decidido titular el diario de aquellos años el prior, mientras la comunidad comenzaba una "peregrinación de confianza" en los distintos continentes. Buscando la reconciliación y compartir las pobrezas del mundo, reavivando la fe casi apagada en numerosos contextos de Europa central, sosteniendo su llamita en los países sofocados por el comunismo, acostumbrando a muchos jóvenes católicos a una apertura todavía más amplia.

Taizé nunca quiso constituir un movimiento, pero siempre impulsó a comprometerse en las parroquias y en las realidades locales: practicando la acogida, alentando a los pacíficos de la bienaventuranza evangélica, trabajando para la unión entre las Iglesias y las comunidades de los creyentes en Cristo, mostrando la vitalidad y la eficacia de un camino ecuménico espiritual. Que sepa reconciliar en sí mismo -el hermano Roger, notre frère, lo había aprendido de joven y lo testimonió durante toda la vida, auténtico pionero de un "ecumenismo de la santidad" como ha escrito el cardenal Bertone en nombre de Benedicto XVI- las riquezas de las distintas confesiones cristianas: la atención a la Biblia subrayada en el protestantismo, el esplendor de la liturgia ortodoxa, la centralidad de la Eucaristía católica. Delante de la cual en Taizé brilla siempre una lucecita que significa la adoración del único Señor.

sábado, 28 de agosto de 2010

Espiritualidad cristiana de la ecología

Declaración final del simposio latinoamericano y caribeño convocado por el CELAM

Nosotros, como discípulos misioneros de Jesucristo nuestro Señor, convocados por el Departamento de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), provenientes de 16 países de América Latina y El Caribe, Alemania e Indonesia, reunidos en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, los días 21 al 24 de agosto de 2010, en estudio y oración, hacemos llegar nuestra preocupación y reflexión a quienes tienen en sus manos el poder de decisión, organismos multinacionales, académicos, empresarios, comunicadores, líderes de diversas organizaciones sociales, a nuestras comunidades cristianas y a nuestros pueblos:
1. Nos interpela el proceso creciente de concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos, amenazando los territorios de los pueblos. Parte de esta amenaza se debe al avance del uso por industrias extractivas y de producción de agrocombustibles, entre otras, porque prevalece una lógica económica del mero interés o beneficio, en desmedro del vivir bien de los pueblos. Nos preocupa la ocurrencia frecuente de actos corruptos en el proceso de concesión de territorios y sin la consulta debida a los pueblos que los habitan.
2. La enorme biodiversidad de América Latina y El Caribe ofrece servicios ambientales para todo el planeta, hecho que trasciende la significación mercantilista actual y que brinda verdaderos beneficios. Esta biodiversidad está siendo aniquilada irreversiblemente: solamente en Amazonía, poco más del 17% de la selva ha desaparecido y la tasa de extinción de especies llega a ser mil veces superior a la histórica [1]. Asistimos a una creciente destrucción ambiental por deforestación, contaminación debido a residuos industriales y urbanos, minería a cielo abierto, monocultivo extensivo, el avance de la desertificación, extracción de hidrocarburos, entre otros, que afectan asimismo recursos vitales para los pueblos, como son el agua dulce y provisión natural de alimentos, especialmente entre los más pobres.
3.  Los estilos de vida predominantes en una parcela de la humanidad, de consumo desmedido, conllevan a un desequilibrio entre la creciente demanda de recursos naturales, renovables y no renovables, y la disponibilidad de la tierra -junto al riesgo de aniquilación de la biodiversidad- así como también, el agotamiento de energías de bajo costo que amenazan el desenvolvimiento de las sociedades en el mediano plazo. Diversas catástrofes ambientales sobre el planeta, tanto naturales como antropogénicas, en las últimas décadas dan prueba de ello. Asimismo estas catástrofes -tal como el calentamiento global y sus efectos de fenómenos meteorológicos severos en el contexto de cambio climático (sequías, inundaciones, tormentas, etc.) [2] y la contaminación de aguas y suelos, debido a la producción irresponsable, entre otras- y el despojo forzado de territorio provocan la ocurrencia de numerosos desplazados y refugiados ambientales que genera aún más pobreza.
4.  Unido a ello, la actividad económica predominante en las culturas tecnológicamente desarrolladas, bajo la lógica de la eficiencia, maximización de la ganancia en pocas manos y socialización de la pérdida, se caracteriza por el olvido de la dimensión sagrada y espiritual de la naturaleza -como parte de la creación amorosa de Dios fuente de Vida- y de la gratuidad de los bienes y servicios ofrecidos por ella (Cf. CIV 37). Se evidencia la falta de responsabilidad en el manejo de las fuentes de energía y recursos naturales que se van agotando bajo patrones de producción y consumo insustentables que no asumen los costos ambientales presentes que terminan siendo pagados por los pobres y ponen en peligro la supervivencia de generaciones presentes y futuras [3].
5. Frente a esta realidad, reafirmamos nuestra fe en un Dios Creador amoroso de todo lo existente, que es el único Señor de la tierra (Cf. Sal. 23, 1-2). Él ha encomendado esta creación a los seres humanos, semblantes de las cualidades de su Creador, para su guarda y su cultivo (Cf. Gn. 2,15). En esto se sustenta el principio del destino universal de los bienes. De ello se deriva la lógica del don y la gratuidad que ha de regir las relaciones y actividades humanas, entre ellas, la económica, bajo la forma de un uso responsable de los ambientes con el fin de promover y garantizar el bien común para todos los seres humanos así como la Belleza, la Bondad y la Verdad presentes por doquier en el don de la Creación (CIV 50, 51).
6.  Como seguidores creyentes de Jesucristo, que en su camino por la historia unió el Cielo y la Tierra restaurando la sacralidad de lo creado, aprendemos que la creación es camino hacia Dios a través de los consejos evangélicos de justicia, paz y reverencia. Aunque hoy por hoy es evidente que ella está afectada por el pecado que la introdujo en un proceso de sufrimiento comparable a los dolores de un parto, sin embargo la creación conserva la esperanza de participar de la gloriosa libertad de los hijos e hijas de Dios. Esta esperanza nos anima y se fundamenta en la fuerza activa del Espíritu Santo presente en cada ser humano que espera la redención (Cf. Rom. 8, 18-25). Para ello es necesario tomar conciencia de la singularidad de la persona humana en relación armónica con la creación y su Creador, encauzando una nueva espiritualidad cósmica que recupere una sana convivencia con la naturaleza. Promover la conversión ecológica nos permitirá caer en la cuenta del valor intrínseco de la creación en la economía global de salvación obrada por Dios Padre creador en Jesucristo (Cf. DA).
7. Ante estos desafíos de la realidad en nuestro continente, necesitamos recuperar la actitud contemplativa. Es nuestra tarea ayudar a despertar en las personas y comunidades una conciencia sensible al cuidado responsable de la naturaleza, como lugar sagrado que provoca sensiblemente el descubrimiento de Dios para nosotros y las generaciones futuras. Junto a los hombres y mujeres de la tierra, el territorio, los ambientes naturales en ellos ubicados y la respectiva biodiversidad, son todos aspectos intrínsecamente unidos al don de la creación que Dios posibilita y sustenta para el desarrollo integral de la persona humana y de los pueblos de todos los tiempos.
8. Esto nos impele a la preservación de las cualidades que garantizan la prolongación vital y la riqueza de la biodiversidad en la tierra. Para ello todas nuestras tareas eclesiales, catequesis, predicación, celebraciones y demás actividades pastorales, técnicas, académicas y profesionales, deben orientarse a privilegiar la conversión ecológica como dimensión integral de la fe. Asimismo se deben favorecer experiencias de la fraternidad cósmica en contacto con Dios Creador, en la dinámica que animó a San Francisco de Asís, patrono de la ecología. La espiritualidad popular, la oración personal y comunitaria, las celebraciones litúrgicas inculturadas, y la profunda vivencia de los sacramentos en clave ecológica, son lugares privilegiados para experimentar la acción del Espíritu de Dios y la iniciativa gratuita de su Amor (Cf. DA 263).
9. En este sentido, constatamos la necesidad de conocer mejor y acoger la sabiduría milenaria de los pueblos indígenas de nuestro continente; sobre todo de su experiencia de fe que nos permite aprender de su relación de armonía y comunión con Dios, los seres humanos, la naturaleza y los demás seres de la creación. Esto supone cultivar la actitud contemplativa frente a los bienes de la creación como don de Dios.
10. Como Iglesia profética, consideramos que es urgente priorizar una economía de las necesidades humanas que sea justa, solidaria y recíproca (Cf. CIV 35), y de políticas de desarrollo humano integral que respeten el derecho de los pueblos y preserven las cualidades vitales de los ambientes naturales. Para ello es necesario denunciar el impacto negativo de los megaproyectos económicos y de infraestructura, así como promover y exigir el monitoreo empresarial, estatal y civil, esclareciendo las situaciones ilegales e inmorales. Nos urge encontrar mecanismos de incidencia en los poderes públicos nacionales e internacionales en defensa de los derechos humanos.
11. Tanto en nuestras comunidades locales, dentro del marco de la misión continental de la Iglesia en América Latina y El Caribe, y especialmente en la familia, iglesia doméstica, es tarea promover una cultura de la austeridad/sobriedad, sencillez y alegría como alternativa saludable, ecológica, tanto individual como colectiva, a través de la producción orgánica, eco-amigable, y el consumo responsable, el reciclado, el uso adecuadamente aprovechado de bienes, y la educación por el respeto de la naturaleza que posibilite condiciones presentes de justicia social y la vida de las generaciones futuras (Cf. CIV 51).
12. Finalmente reconocemos que el cultivo de la actitud contemplativa, como camino de conversión personal que descubre a Dios presente en cada creatura, no es tarea fácil pero es esencial para una auténtica sanidad personal y ecológica. Este proceso de cambio de mentalidad de la cultura dominante requiere que se favorezcan experiencias de Dios como único Bien, irresistible, supremo, frente a otras ofertas superfluas de la economía consumista. Por tanto, debemos crear o facilitar espacios eclesiales dentro de nuestras grandes urbes que nos permitan redescubrir el paso de Dios en la creación, a través del contacto directo con la naturaleza y el sufrimiento humano, lo cual será piedra de toque de nuestra pequeñez y vulnerabilidad.
A la Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe, fiel discípula del Señor y guardiana de los dones de Dios, encomendamos el cuidado maternal de los bienes de la creación. Con ella y como ella nos hacemos testigos portadores del Amor de Dios que se manifiesta en la entera creación, para la vida de toda la humanidad, especialmente los más pequeños amados de Dios.

Buenos Aires, 24 de agosto de 2010
Fiesta de San Bartolomé, Apóstol

NOTAS
[1] Cf. The International Union for Conservation of Nature (IUCN), Global Biodiversity Outlook 3, Montreal (2010), 93p. (http://www.iucn.org).
[2] Cf. IPCC, 2007: Intergovernmental Panel on Climate, Climate Change 2007: The Physical Science Basis. Third assessment report: Contribution of Working Group I. Solomon, S., D. Qin, M. Manning, Z. Chen, M. Marquis, K.B. Averyt, M. Tignor and H.L. Miller (eds.): Cambridge University Press, Cambridge, United Kingdom and New York, NY, USA, 996 pp.
[3] Cf. Cf. World Watch Institute, Green Economy Program, (http://www.worldwatch.org/programs/global_economy)

viernes, 30 de julio de 2010

Eucaristía y amistad Jesús: en la Eucaristía, un verdadero amigo

La amistad es crear lazos de unión con alguien. Y esos lazos no se rompen. Unen de tal manera que ambos forman una sola unidad de corazones. Un amigo debe de ser la mitad de nuestra alma. Si nos faltara nos moriríamos, pues nos han quitado algo de nosotros mismos.
La amistad es un afecto personal, puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que nace y se fortalece con el trato. La amistad, por otra parte, tiene sus frutos. En la amistad encontramos refugio y apoyo; la amistad enriquece, fortalece y ensancha el corazón del hombre y lo hace invencible ante la adversidad; la amistad dignifica y alegra nuestra existencia. La amistad se apoya sobre estos cimientos: sinceridad, generosidad, afecto mutuo. Una amistad cimentada sobre la simulación, el engaño y el egoísmo, estará siempre condenada al fracaso.
¿Por qué hay personas sin amigos?
Varias son las causas:
- Nuestra extrema timidez: por temor a que los demás no nos acepten y porque en los primeros años de la vida nuestros padres y educadores no nos entrenaron para la vida social.
- Nos sentimos inferiores: nuestra autoestima está baja y creemos que los demás no van a encontrar en nosotros nada digno de aprecio, y esto nos hace meternos en nuestro enclaustramiento y nos impide desbordarnos en forma afectuosa y confiada sobre los demás.
- Por egoísmo, mezquindad: sólo buscamos recibir sin dar, y cuando damos, lo hacemos a cuentagotas.
- Por soberbia, orgullo, altanería, quisquillosidad: por todo esto hay personas que con su actitud, modales, lenguaje, y gestos, repelen y los demás, por consiguiente, los evitan.
¿Qué favorece una buena amistad?
Una personalidad comunicativa y amable; temperamento jovial, alegría contagiosa, bondad y sinceridad, deseo de hacer el bien, preocuparse por los problemas de los demás; generosidad, cortesía, cordialidad, respeto, reciprocidad en afectos y sentimientos.
La amistad no es igual que compañerismo, simpatía y camaradería. Es respeto al amigo, permitiéndole ser él mismo y procurar su bien, como si de nosotros mismos se tratara.
José Luis Martín Descalzo dice que en la amistad hay que dar el uno al otro lo que se tiene, lo que se hace, lo que se es.
Por todo ello, ser un buen amigo y encontrar un buen amigo son las dos cosas más difíciles del mundo, porque supone la conversión de dos egoísmos en la suma de dos generosidades.
Cristo en la Eucaristía es nuestro mejor amigo, y hay que hacer esta experiencia. ¿Cómo? Visitándolo, estando ratos cortos y largos con Él, contándole nuestras vidas con sus luces y sombras, abriéndole nuestro corazón, escuchando sus palabras en el silencio de la intimidad.
Debemos insistir mucho en las visitas a Cristo en el sagrario. Ojalá también pasemos junto a Él momentos de intimidad en las noches de oración, noches heroicas, adoraciones, horas santas, pues son momentos idóneos para crecer en nuestra amistad con Jesús.
Jesús en la Eucaristía tiene todos los rasgos de un verdadero amigo. Nos respeta tal como somos. No pretende adueñarse de nuestra voluntad. Respeta nuestra libertad. Es sincero y franco. Nos dice todo sin rodeos, sin doblez, sin mentira, sin traición. Es generoso, se dona completamente, no se reserva nada. Está siempre y a todas horas a disposición de sus amigos. No tiene horarios de atención. Acepta nuestras fallas, defectos, limitaciones, sabiendo disculpar y perdonar. Quiere, en fin, dar y recibir.

Feliz Mes de la Amistad para todos aquellos que queremos cultivar la amistad con Jesús a traves de nuestros queridos amigos...

miércoles, 21 de julio de 2010

Vidas

Félix Leseur: de esposo ateo a sacerdote católico

Médico de profesión, periodista político y militante anticlerical, la historia de Félix Leuser está íntimamente ligada a la de Elisabeth Leseur, con quien se casó en julio de 1889.
Francés de nacimiento (1861-1940), fue prontamente conocido en el ambiente parisino de la época como editor de un periódico anticlerical y ateo. Había perdido la fe durante el periodo de sus estudios de medicina.
Isabel nació en París y desde muy joven se distinguió por su vida devota. A los 21 años se casó con Félix con la condición de que éste aceptara respetar su fe católica. Y Félix cumplió por algún tiempo pues pronto comenzó a ridiculizar las creencias de su esposa y a dotar la biblioteca de casa con colecciones de libros que justificaban el ateísmo. A la campaña de corte intelectual-literario la acompañó también un ambiente frívolo de viajes y reuniones. Después de siete años, Elisabeth perdería también la fe.
Paradójicamente, la vuelta y refortalecimiento de Elisabeth en su fe vino por el camino menos pensado: Félix le regaló el libro “Historia de los orígenes del cristianismo” (de Ernest Renán, un autor que profesaba aversión al catolicismo) para rematar la obra de renuncia a la fe por parte de su esposa.
Elisabeth poseía una noble inteligencia, lo que la llevó a descubrir las falacias de los argumentos e indigencia de su fondo. La enorme cantidad de disparates y contradicciones de la obra la llevaron a desear conocer mejor su fe. Y así comenzó la reconstrucción religiosa de su vida: leyó a los Santos Padres, a autores místicos y, sobre todo, la Sagrada Escritura.
Desde entonces la fuerza de su amor a Dios y su confianza en Él fue la mayor convicción y la piedra de impulso para ir adelante. Pronto vio la necesidad de convertir a su marido pero todo esfuerzo y razonamiento era inútil. A partir de entonces sus armas serían la oración y el sacrificio.
Después de una experiencia mística en 1903, durante un viaje a Roma, Elisabeth comenzaría a repetir esa unión mística con Dios cada vez que recibía el Cuerpo de Cristo. En no pocas ocasiones tuvo que privarse de recibir la Eucaristía por las objeciones de su marido. De este periodo son las numerosas cartas que Elisabeth escribió así como su diario espiritual.
Es en ese diario donde Isabel reflejaría el sufrimiento experimentado durante ese periodo, el cual fue redimensionado por la fe: “el sufrimiento es la forma más elevada de acción, la más alta expresión de la maravillosa comunión de los santos; en el sufrimiento será útil para los demás y para las grandes causas que uno anhela servir”.
Elisabeth enfermó de cáncer de mamá y murió en 1914, con sólo 48 años de edad. En el diario escrito en 1905, Elisabeth predijo la conversión de su marido. Sobre este periodo diría luego el mismo Félix: “Me llamó la atención ver cómo tenía un gran dominio sobre su alma y su cuerpo… soportó con ecuanimidad la enfermedad”.
Tras la muerte de su esposa, Félix decidió escribir un libro contra los milagros de Lourdes. Nunca llevó a cabo el despropósito pues visitando Lourdes tendría la primer experiencia que le haría considerar seriamente su postura ateísta.  En una nota dirigida a él, Félix leyó las siguientes palabras de su esposa el mismo año 1914: “En 1905 le pedí a Dios todopoderoso que me envié sufrimientos para comprar tu alma. El día que me muera, el precio habrá sido pagado. No hay amor más grande una mujer que ésta abandone la vida por su esposo”. Primero calificó el escrito como el de una mujer fantasiosa. Tres años después, Félix volvía al seno de la Iglesia en la que había sido bautizado. En 1919 se hacía religioso dominico y, en 1923, era ordenado sacerdote.
“Después de la muerte de Elisabeth –refiere el padre Félix Leseur en el prólogo al Testamento espiritual de su esposa–, cuando todo pareció derrumbarse a mi alrededor, me encontré con el Testamento Espiritual que había escrito para mí, y también con su Diario. Leí y releí y una revolución se llevó a cabo en todo mi ser. Allí descubrí que Elisabeth había hecho con Dios una especie de pacto, comprometiéndose a cambiar su vida por mi regreso a la fe. Me acordé de que un día ella me había dicho con absoluta seguridad: "Me moriré antes. Y cuando yo me muera, te convertirás; y cuando te conviertas, te convertirás en una religioso”.
Y añade: “Y así, de su Diario percibí con claridad el significado interno de la existencia de Elisabeth, tan grande en su humildad. Llegué a apreciar el esplendor de la fe de la cual yo había visto los efectos maravillosos. Los ojos de mi alma se abrieron. Me volví hacia Dios, que me llamó. Le confesé mis faltas a un sacerdote y me reconcilié con la Iglesia”.
Cristo dice en el Evangelio dice que “no hay amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos”. Y en buena medida, el amor esponsal es una amistad sublimada por el amor más grande. 

El ejemplo de Elisabeth y los frutos en la vida de Félix ponen de manifiesto la belleza y actualidad del mensaje cristiano

lunes, 19 de julio de 2010

Una mirada a nuestro interior

“Rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras: convertíos al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso.” (Joel 2,13)
Conversión significa ponerse en camino hacia la luz, pero para emprender esta tarea necesitamos hacer un examen de conciencia y realizar un viaje interior hacia nosotros mismos, y para ello es importante tener en cuenta los siguientes elementos:
  • Aceptar con humildad que en mi hay un margen de error que debe ponerse en camino hacia la superación.
  • Sentir necesidad de dar luz; es decir, tener conciencia de que muchos aspectos de mi vida están en penumbras y desean ser trasformados, iluminados y superados.
  • Buscar ayuda, pues en muchas ocasiones decimos que podemos superarnos solos y lo que hacemos, inconscientemente, es justificar y dar razones para tranquilizar nuestra conciencia.
  • Abrir las puertas de nuestro corazón: ya que a veces creemos que no pasa nada o que toda está bien; sin embargo nuestra existencia cada día se hunde en el caos y en el desastre.
  • Focalizar cuál es ese aspecto de mi personalidad que no evoluciona y me impide sentir un nivel elevado de paz interior.
  • Invocar con todas las fuerzas la presencia de Dios, el único que nos da ese poder sobrenatural que los humanos necesitamos cuando sentimos que nuestra capacidad es insuficiente.
Es importante entender que el primer paso hacia la cura es la conciencia de la enfermedad, entonces si te resistes a confrontarte y a hacerte una autocritica para revisar el estado de tu vida, estarias abocado a ser el más pobre entre los pobres, a repetir historias de dolor y oscuridad y volver a las mismas equivocaciones de toda la vida. ¡Ánimo! Mirate con humildad y empieza un camino de conversión para que disfrutes en ti de la luz de una nueva criatura y de un ser más elevado, quilibrado, sano y transparente.
Dile a Dios: Señor, dame la humildad necesaria para mirarme en mi interior y darme cuenta que necesito urgentemente un proceso de conversión.

sábado, 10 de julio de 2010

Cristianos en la política


Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

VER

Han pasado las elecciones en varios Estados de nuestra patria. Esperamos que el proceso post-electoral transcurra en paz y se aclaren todas las inconformidades por los resultados. Ahora toca reconstruir la armonía social y todos juntos trabajar por el bien de la comunidad, con cargo y sin él.
Hay creyentes que menosprecian participar en la política, porque la juzgan sucia y corrupta de por sí, o porque piensan que nada tiene que ver con su fe. Por lo contrario, algunos pastores no católicos, con tal de ganar espacios públicos y prebendas de los candidatos, enganchan a sus congregaciones hacia una opción partidista, como si el Evangelio fuera de un partido. Otros, iluminados por Cristo, asumen el servicio público como una forma de influir en la sociedad, para que ésta se construya con los valores del Reino de Dios: verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz.

JUZGAR

El Papa Benedicto XVI dijo al Consejo Pontificio para los laicos: "No forma parte de la misión de la Iglesia la formación técnica de los políticos... Su misión se concentra de modo especial en educar a los discípulos de Cristo, para que sean cada vez más testigos de su presencia en todas partes. Toca a los fieles laicos mostrar concretamente en la vida personal y familiar, en la vida social, cultural y política, que la fe permite leer de una forma nueva y profunda la realidad y transformarla; que la caridad en la verdad es la fuerza más eficaz capaz de cambiar el mundo; que el Evangelio es garantía de libertad y mensaje de liberación... Compete a los fieles laicos participar activamente en la vida política, de modo siempre coherente con las enseñanzas de la Iglesia" (21-V-2010).
Y repite algo dicho por sus predecesores: "La política es un ámbito muy importante del ejercicio de la caridad". ¿Por qué? Porque la caridad es desgastarse a sí mismo, para que otros tengan vida digna. Caridad no es sólo dar una limosna, sino amar, lo que implica renunciar al propio interés, e incluso al debido descanso, para dedicarse en cuerpo y alma al bienestar común. Una política entendida como vivencia de la caridad, del amor, es camino de santidad, pues lo que más nos asemeja a Dios, que es amor, es precisamente amar y servir a los demás, siempre y a todas horas, con cargos y sin ellos, ganando o perdiendo una elección.
El servicio a los demás no sólo se vive en un puesto público, sino de muchas otras formas, empezando en el desgaste diario por la propia familia; sin embargo, la política es una oportunidad de sacrificarse más, para que los demás, sobre todo los pobres y excluidos, vivan dignamente, como hijos de Dios y hermanos en Cristo. Esto ennoblece a la política.
Recalca el Papa: "Se necesitan políticos auténticamente cristianos, pero antes aún fieles laicos que sean testigos de Cristo y del Evangelio en la comunidad civil y política... Hay que recuperar y vigorizar de nueva una auténtica sabiduría política, que es también un complejo arte de equilibrio entre ideales e intereses, para servir al bien común, a la luz del Evangelio".

ACTUAR

Como la mayoría de los electos son creyentes en Cristo, que el desgaste político sea expresión de su propia fe, de su amor generoso a la comunidad. En el servicio diario es donde se comprueba la valía de cada persona, grupo, alianza o partido.
La madurez humana, política y cristiana se demuestra en amar y perdonar a quienes contendieron en opciones distintas; en invitarles a participar en el ejercicio del poder; en asumir propuestas originadas en otras mentes, pero que en sí son útiles a la sociedad; en hacer nuevas alianzas no sólo estratégicas y coyunturales para triunfar en una elección, sino para unir voluntades al servicio del progreso y la paz social.
Los elegidos sean coherentes con su fe en Cristo; demuéstrenla en su rectitud diaria, como dijo el Papa en Chipre: "La rectitud moral y el respeto imparcial por los demás y su bienestar son esenciales para el bien de la sociedad... Individuos, comunidades y Estados, sin la guía de verdades morales objetivas, se volverían egoístas y sin escrúpulos, y el mundo sería un lugar más peligroso para vivir"

jueves, 8 de julio de 2010

Observancia de las normas litúrgicas y “ars celebrandi”

por Mauro Gagliardi

Durante el Año Sacerdotal, concluido hace poco, la columna “El Espíritu de la Liturgia” ha desarrollado el tema de “El sacerdote en la Celebración eucarística”, elegido con motivo de la coincidencia, en 2009-2010, de diversos aniversarios: el 150° de la muerte del Santo Cura de Ars (1859), el 40° de la promulgación del Misal de Pablo VI (1969) y el 440° del Misal de san Pío V (1570), que en la edición aprobada por el beato Juan XXIII (1962) representa la forma extraordinaria del Rito Romano [1]. De ahí la oportunidad de poner en claro la peculiar dignidad del sacerdocio ordenado, profundizando en la teología y la espiritualidad de la Santa Misa, particularmente en la perspectiva del ministro que la celebra.

1. La situación en el post-Concilio
El Concilio Vaticano II ordenó una reforma general de la sagrada liturgia[2]. Esta fue efectuada, tras la clausura del Concilio, por una comisión comunmente llamada, por brevedad, el Consilium [3]. Es sabido que la reforma litúrgica fue desde el inicio objeto de críticas, a veces radicales, como de exaltaciones, en ciertos casos excesivas. No es nuestra intención detenernos en este problema. Podemos decir en cambio que se está generalmente de acuerdo en observar un fuerte aumento de los abusos en el campo celebrativo después del Concilio.
También el Magisterio reciente ha tomado nota de la situación y en muchos casos ha llamado a la estricta observancia de las normas y de las indicaciones litúrgicas. Por otra parte, las leyes litúrgicas establecidas para la forma ordinaria (o de Pablo VI) – la que, excepciones aparte, se celebra siempre y en todas partes en la Iglesia de hoy – son mucho más “abiertas” respecto al pasado. Estas permiten muchas excepciones y diversas aplicaciones, y prevén también múltiples formularios para los diversos ritos (la pluriformidad incluso aumenta en el paso de la editio typica latina a las versiones nacionales). A pesar de ello, un gran número de sacerdotes considera que tiene que ampliar ulteriormente el espacio dejado a la “creatividad”, que se expresa sobre todo con el frecuente cambio de palabras o de frases enteras respecto a las fijadas en los libros litúrgicos, con la inserción de “ritos” nuevos y a menudo extraños completamente a la tradición litúrgica y teológica de la Iglesia e incluso con el uso de vestimentas, vasos sagrados y adornos no siempre adecuados y, en algunos casos, cayendo incluso en el ridículo. El liturgista Cesare Giraudo ha resumido la situación con estas palabras:
“Si antes [de la reforma litúrgica] había fijación, esclerosis de formas, innaturalidad, que hacían la liturgia de entonces una “liturgia de hierro”, hoy hay naturalidad y espontaneísmo, sin duda sinceros, pero a menudo sobreentendidas, malentendidas, que hacen – o al menos corren en riesgo de hacer – de la liturgia una “liturgia de caucho”, resbaladiza, escurridiza, jabonosa, que a veces se expresa en una ostentosa liberación de toda normativa escrita. [...] Esta espontaneidad mal entendida, que se identifica de hecho con la improvisación, la facilonería, la superficialidad, el permisivismo, es el nuevo “criterio” que fascina a innumerables agentes pastorales, sacerdotes y laicos.
[...] Por no hablar también de aquellos sacerdotes que, a veces y en algunos lugares, se arrogan el derecho de utilizar plegarias eucarísticas salvajes, o de componer acá o allá su texto o partes de él” [4].
El papa Juan Pablo II, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, manifestó su disgusto por los abusos litúrgicos que tienen lugar a menudo, particularmente en la celebración de la Santa Misa, en cuanto que “la Eucaristía es un don demasiado grande, para soportar ambigüedades y disminuciones” [5]. Y añadió:
“Por desgracia, es de lamentar que, sobre todo a partir de los años de la reforma litúrgica postconciliar, por un malentendido sentido de creatividad y de adaptación, no hayan faltado abusos, que para muchos han sido causa de malestar. Una cierta reacción al « formalismo » ha llevado a algunos, especialmente en ciertas regiones, a considerar como no obligatorias las « formas » adoptadas por la gran tradición litúrgica de la Iglesia y su Magisterio, y a introducir innovaciones no autorizadas y con frecuencia del todo inconvenientes.
Por tanto, siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo. La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios” [6].

2. Causas y efectos del fenómeno
El fenómeno de la “desobediencia litúrgica” se ha extendido de tal forma, por número y en ciertos casos también por gravedad, que se ha formado en muchos una mentalidad por la cual en la liturgia, salvando las palabras de la consagración eucarística, se podrían aportar todas las modificaciones consideradas “pastoralmente” oportunas por el sacerdote o por la comunidad. Esta situación indujo al mismo Juan Pablo II a pedir a la Congregación para el Culto Divino que preparase una Instrucción disciplinar sobre la Celebración de la Eucaristía, publicada con el título de Redemptionis Sacramentum el 25 de marzo de 2004. En la citación antes reproducida de la Ecclesia de Eucharistia, se indicaba en la reacción al formalismo una de las causas de la “desobediencia litúrgica” de nuestro tiempo. La Redemptionis Sacramentum señala otras causas, entre ellas un falso concepto de libertad [7] y la ignorancia. Esta última en particular se refiere no sólo al conocimiento de las normas, sino también a una comprensión deficiente del valor histórico y teológico de muchos textos eucológicos y ritos: “Los abusos encuentran, finalmente, muy a menudo fundamento en la ignorancia, ya que por lo general se rechaza aquello de lo que no se capta el sentido más profundo, ni se conoce su antigüedad” [8].
Introduciendo el tema de la fidelidad a las normas en una comprensión teológica e histórica, además de en el contexto de la eclesiología de comunión, la Instrucción afirma:
“El Misterio de la Eucaristía es demasiado grande 'para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal'. [...] Los actos arbitrarios no benefician la verdadera renovación, sino que lesionan el verdadero derecho de los fieles a la acción litúrgica, que es expresión de la vida de la Iglesia, según su tradición y disciplina. Además, introducen en la misma celebración de la Eucaristía elementos de discordia y la deforman, cuando ella tiende, por su propia naturaleza y de forma eminente, a significar y realizar admirablemente la comunión con la vida divina y la unidad del pueblo de Dios. De estos actos arbitrarios se deriva incertidumbre en la doctrina, duda y escándalo para el pueblo de Dios y, casi inevitablemente, una violenta repugnancia que confunde y aflige con fuerza a muchos fieles en nuestros tiempos, en que frecuentemente la vida cristiana sufre el ambiente, muy difícil, de la 'secularización'.
Por otra parte, todos los fieles cristianos gozan del derecho de celebrar una liturgia verdadera, y especialmente la celebración de la santa Misa, que sea tal como la Iglesia ha querido y establecido, como está prescrito en los libros litúrgicos y en las otras leyes y normas. Además, el pueblo católico tiene derecho a que se celebre por él, de forma íntegra, el santo sacrificio de la Misa, conforme a toda la enseñanza del Magisterio de la Iglesia. Finalmente, la comunidad católica tiene derecho a que de tal modo se realice para ella la celebración de la santísima Eucaristía, que aparezca verdaderamente como sacramento de unidad, excluyendo absolutamente todos los defectos y gestos que puedan manifestar divisiones y facciones en la Iglesia” [9].
Particularmente significativo en este texto es la llamada al derecho de los fieles de tener la liturgia celebrada según las normas universales de la Iglesia, además de subrayar el hecho de que las transformaciones y modificaciones de la liturgia – aunque se hagan por motivos “pastorales” – no tienen en realidad un efecto positivo en este campo; al contrario confunden, turban, cansan y pueden incluso hacer alejarse a los fieles de la práctica religiosa.

3. El ars celebrandi
He aquí los motivos por los cuales el Magisterio en las últimas cuatro décadas ha recordado varias veces a los sacerdotes en la importancia del ars celebrandi, el cual – si bien no consiste sólo en la perfecta ejecución de los ritos de acuerdo con los libros, sino también y sobre todo en el espíritu de fe y adoración con los que éstos se celebran – no se puede sin embargo realizar si se aleja de las normas fijadas para la celebración [10]. Así lo expresa por ejemplo el Santo Padre Benedicto XVI:
“El primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio. El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (cf. 1 P 2,4-5.9).” [11].
Recordando estos aspectos, no se debe caer en el error de olvidar los frutos positivos producidos por el movimiento de renovación litúrgica. El problema señalado, con todo, subsiste y es importante que la solución al mismo parta de los sacerdotes, los cuales deben empeñarse ante todo en conocer de manera profundizada los libros litúrgicos, y también a poner fielmente en práctica sus prescripciones. Sólo el conocimiento de las leyes litúrgicas y el deseo de atenerse estrictamente a ellas impedirá ulteriores abusos e “innovaciones” arbitrarias que, si en el momento pueden quizás emocionar a los presentes, en realidad acaban pronto por cansar y defraudar. Salvadas las mejores intenciones de quien las comete, después de cuarenta años de “desobediencia litúrgica” no construye de hecho mejores comunidades cristianas, sino que al contrario pone en peligro la solidez de su fe y de su pertenencia a la unidad de la Iglesia católica. No se puede utilizar el carácter más “abierto” de las nuevas normas litúrgicas como pretexto para desnaturalizar el culto público de la Iglesia:
“Las nuevas normas han simplificado en mucho las fórmulas, los gestos, los actos litúrgicos [...]. Pero tampoco en este campo se debe ir más allá de lo establecido: de hecho, haciendo así, se despojaría a la liturgia de los signos sagrados y de su belleza, que son necesarios, para que se realice verdaderamente en la comunidad cristiana el misterio de la salvación y se comprenda también bajo el velo de las realidades visibles, a través de una catequesis apropiada. La reforma litúrgica de hecho no es sinónimo de desacralización, ni quiere ser motivo para ese fenómeno que llaman la secularización del mundo. Es necesario por ello conservar en los ritos dignidad, seriedad, sacralidad” [12].
Entre las gracias que esperamos poder obtener de la celebración del Año Sacerdotal está por tanto también la de una verdadera renovación litúrgica en el seno de la Iglesia, para que la sagrada liturgia sea comprendida y vivida por lo que esta es en realidad: el culto público e íntegro del Cuerpo Místico de Cristo, Cabeza y miembros, culto de adoración que glorifica a Dios y santifica a los hombres [13].

Notas

[1] Cf. M. Gagliardi, “El sacerdote en la Celebración eucarística”,
[2] Cf. Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 21.
[3] Abreviación de Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia.
[4] C. Giraudo, “La costituzione 'Sacrosanctum Concilium': il primo grande dono del Vaticano II”, en La Civiltà Cattolica (2003/IV), pp. 532; 531.
[5] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 10.
[6] Ibid., n. 52. Cf. también Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 28.
[7] “No es extraño que los abusos tengan su origen en un falso concepto de libertad. Pero Dios nos ha concedido, en Cristo, no una falsa libertad para hacer lo que queramos, sino la libertad para que podamos realizar lo que es digno y justo”: Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Redemptionis Sacramentum, n. 7.
[8] Ibid., n. 9.
[9] Ibid., nn. 11-12.
[10] Sagrada Congregación de los Ritos, Eucharisticum Mysterium, n. 20: “Para favorecer el correcto desarrollo de la celebración sagrada y la participación activa de los fieles, los ministros no deben limitarse a llevar a cabo su servicio con exactitud, según las leyes litúrgicas, sino que deben comportarse de forma que inculquen, por medio de éste, el sentido de las cosas sagradas”.
[11] Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, n. 38. Véase el n. 40 desarrolla adecuadamente el concepto.
[12] Sagrada Congregación para el Culto Divino, Liturgicae instaurationes, n. 1. El texto continua: “La eficacia de las acciones litúrgicas no está en la búsqueda continua de novedades rituales, o de simplificaciones ulteriores, sino en la profundización de la palabra de Dios y del misterio celebrado, cuya presencia está asegurada por la observancia de los ritos de la Iglesia y no de los impuestos por el gusto personal de cada sacerdote. Téngase presente, además, que la imposición de reconstrucciones personales de los ritos sagrados por parte del sacerdote ofende la dignidad de los fieles y abre el camino al individualismo y al personalismo en la celebración de acciones que directamente pertenecen a toda la Iglesia”.
[13] Cf. Pío XII, Mediator Dei, I, 1; Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 7.